Estaba tan frustrada. En serio no podía volver a emborracharme delante de este hombre: ¡se lo tomaba todo tan literal!
Alan siguió la mirada de Mateo y acabó mirándome a mí. Pareció entender algo y, en vez de hablar, agarró con fuerza el brazo de Valerie, advirtiéndole que no se le ocurriera mirar a los strippers ni tocar sus abdominales.
Ella aceptó enseguida, aunque sus ojos brillaban de emoción.
Yo pensé: “esos dos seguro acabarán discutiendo otra vez.”
Entonces Camila también me miró siguiendo la vista de Mateo, y con una sonrisa malvada me dijo:
—Quién diría que te gustan los strippers y tocar sus abdominales. Al final resulta que nosotras somos demasiado inocentes, nunca hemos ido a esos lugares, ni sabemos si los abdominales de esos hombres son tan buenos como tú dices.
Mateo encendió un cigarro con calma. Dio una calada y me lanzó una mirada burlona.
Yo me arreglé el cuello de la blusa y, en tono cortante, le dije a Camila:
—Eres muy graciosa. ¿Quién te dijo que me gustan los a