Mateo abrazaba el cuerpecito suave de su hija, mientras su corazón parecía derretirse.
Solo deseaba que ese momento durara más, mucho más.
Sin embargo, los dos pequeños terminaron de tomarse la leche en un instante.
—¿Quieren más? Todavía hay —dijo Mateo rápido.
—No, quiero dormir —respondió Embi.
Luki ya había dejado el biberón en la mesita de noche y se había metido bajo las cobijas para dormir.
Embi también se bajó de sus brazos y se acostó en la cama, pegadita a su hermano.
En ese momento, Mateo sintió que ya no tenía mucho que hacer ahí.
Aun así, no quiso irse, de verdad no quería irse.
Intentó preguntarles a los dos:
—¿Puedo dormir con ustedes?
Embi miró a su hermano.
Luki lo observó, serio:
—¿Por qué? ¿No que no te caemos bien?
—Sí me caen bien, en serio, papi los quiere mucho —contestó Mateo con toda seriedad.
Luki seguía un poco incrédulo.
Mateo añadió rápido:
—Es que si duermo solo tengo pesadillas y me da miedo... quiero dormir con ustedes.
Apenas escuchó eso, Embi cedió.
Lo