Mateo guardó silencio. Se podía sentir su furia a través del teléfono.
Alan reaccionó y respondió, incrédulo:
—No, es que, a esta hora, ¿dónde quieres que consiga leche en polvo?
—Están llorando porque quieren leche. Ellos quieren tanto a su padrino, así que para ti, que eres su padrino, conseguir un poco de leche en polvo no debería ser tan difícil, ¿no?
—Pues sí que es difícil. Si me pidieras otra cosa, bueno, pero a esta hora de la noche, ¿a dónde voy a buscar leche en polvo?
—Entonces ven a cuidarlos y yo voy a buscarla.
Mateo habló con seriedad, con ese tono de que no descansaría hasta conseguir la leche.
A Alan no le quedó más remedio que aceptar.
Cuando Alan llegó con una caja de leche en polvo en brazos, ya había pasado media hora.
En ese momento, Mateo lo esperaba en la puerta, y en cuanto lo vio, se acercó de inmediato.
Con la caja en brazos, Alan respiraba agitado mientras se quejaba:
—¿Sabes cómo me insultó el que me vendió la leche? Me preguntó que si no sé comprar y guard