Me contó que su mamá estaba bien, la tenían estable y que incluso me extrañaba y quería verme.
Pensé que, cuando pasara la cirugía del día 20, iría a visitarla.
Y, hablando de eso, casi me olvido de alguien: Camila.
Estos días ha estado extrañamente tranquila, demasiado callada.
Conociéndola, y sabiendo que yo no he podido ver a Mateo, seguro que ya habría buscado la manera de pasearse frente a él, tomarse algunas fotos comprometedoras y mandármelas para provocarme o presumir.
Pero no ha hecho absolutamente nada, lo cual me parecía rarísimo.
No creo que haya cambiado o que de repente se haya vuelto una buena persona.
La gente no cambia así de fácil, y menos alguien tan mala como ella.
Por eso, que ahora no haga nada, en vez de tranquilizarme, me pone más nerviosa.
Por suerte, el tiempo se fue volando y, cuando me di cuenta, ya era 19.
Si la cirugía de mañana salía bien, ya no tendría de qué preocuparme.
Esa noche, Carlos no podía dormir y caminaba de un lado a otro en la sala.
Lo miré,