Hablara o me callara, daba igual... ya no tenía futuro con él. Nada, absolutamente nada, iba a ser posible entre nosotros otra vez; mi silencio pareció ser la chispa final que encendió por completo toda la furia que él estaba conteniendo.
"¡Aurora Cardot!".
Solo esas palabras a través de la pantalla bastaron para que yo sintiera su decepción, su rabia y su dolor. Recordé su descontrol en la habitación del hospital y sentí otra vez ese dolor en el pecho, como una punzada insoportable.
Después de ese mensaje, no volvió a llamar ni a escribir. Con los ojos llenos de lágrimas, revisé uno por uno los mensajes que me había enviado en el día; cuando llegué al que decía "quiero comer lo que tú preparas", me limpié la cara y paré un taxi en la calle.
Mateo quería comer algo hecho por mí. No podía ir a verlo ni ofrecerle nada más, pero al menos podía prepararle comida. No era muy buena en la cocina y solo seguía recetas de aplicaciones; de hecho, ahora que lo pensaba... ni siquiera sabía cuál e