Me reí con sarcasmo.
—¿No son acaso hechos? ¿Por qué no se puede decir la verdad? Y dime, ahora que ya no sirves para nada, y Camila por fin quiere deshacerte de ti, ¿cómo se siente? ¿Duele, verdad? Je... te lo dije, esto es justicia, ¡justicia divina!
Al final no pude contener la rabia y grité con todo el dolor acumulado.
Bruno, abatido, murmuraba:
—Perdón... perdón...
—¿Y de qué sirve el perdón? —le agarré del cuello de la camisa y lo miré—. ¿Tu "perdón" puede devolverme a mi madre? Maldito seas, tú y Camila deberían estar muertos.
Lo empujé con fuerza; se estrelló contra la columna y cayó al suelo, deshecho.
Lo miré desde arriba, con una calma total.
En el fondo, él no se arrepentía de verdad.
Solo lo hacía porque había visto el verdadero aspecto de Camila, porque ella lo había herido.
Si ella siguiera fingiendo ternura, él seguiría siendo su cómplice, sin una gota de culpa.
De lo contrario, ¿por qué nunca la delató?
El arrepentimiento tardío era el más falso y repugnante de todos.