En ese instante, casi todo el deseo en mis ojos ya se había apagado. Sus palabras me hicieron ver con claridad la situación en la que estaba.
Respiré hondo para recuperar la calma y me agaché, buscando la toalla en el suelo. Pero Mateo me agarró fuerte de la cintura e impidió que me moviera.
Volvió a acercarse y su presencia me dominó por completo.
Me miró fijamente.
—Dime, si lo amas a él, ¿por qué sigues dispuesta a acostarte conmigo? —me preguntó en voz baja.
Lo dijo sin rodeos. Y era verdad.
Hacía solo unos instantes yo misma me había dejado llevar por él. Si no hubiera sido por esa pregunta, quizá ya nos habríamos ido a la cama.
Con esa mirada intensa, me apretó más la cintura, como si no pensara dejarme ir hasta oír una respuesta.
Me pasé la lengua por los labios y medí mis palabras:
—Supongo que... después de tantos años como esposos, de haber sido tan íntimos tantas veces, mi cuerpo ya se acostumbró a tu piel. Por eso no lo rechazo.
Mateo se echó a reír de amargura.
—Entonc