Ella trataba de decir algo, aunque le costara mucho.
Me acerqué y oí, una y otra vez, el nombre de Alan.
Ahí me quebré; empecé a llorar de tristeza.
Llamé a la ambulancia y, como loca, marqué el número de Alan decenas de veces, pero nadie contestó. Nadie.
Llorando, le dije:
—No, Valerie, no hagas esto. Alan seguro que está bien, tal vez se escondió por el dolor. Tienes que estar bien, tienes que explicarle. Él te va a creer, te ama tanto... Valerie, por favor, no... te lo ruego, no...
Valerie me sonrió, pero en sus ojos solo había angustia.
Levantó la mano con esfuerzo, como si quisiera tocarme la cara.
Yo le sujeté la mano, llena de sangre. La desesperación y el pánico casi me devoran.
—Valerie... —escuché la voz temblorosa de Carlos.
Volteé y lo vi tambalear. Cayó sentado en el suelo, mirando incrédulo el charco de sangre donde estaba Valerie.
Furiosa, corrí hacia él y empecé a golpearlo:
—¿Por qué hiciste esto? ¡Tú la arruinaste! ¡Tú eres el culpable! —grité—. ¡Maldito...!
—Aurora..