Me acomodó en la cama, me arropó y me acarició la frente. Con voz suave, dijo:
—Duerme bien; cuando despiertes, todo va a estar mejor.
Mientras me hablaba, se paró.
Pensé que se iría, y le agarré la mano de inmediato.
Me sonrió:
—Tranquila, me voy a quedar contigo.
Se quitó la chaqueta, se acostó a mi lado y me acercó a su pecho.
Me quedé ahí, apoyada en su pecho tibio, y por fin mi corazón empezó a calmarse.
El viento de finales de otoño era frío, y las hojas secas golpeaban la ventana.
Me quedé mirando por la ventana, perdida.
En mi cabeza aparecían los recuerdos de esos tiempos felices cuando la familia estaba unida.
Nunca entendí por qué ese hogar tan lleno de cariño se volvió esto.
Después de que me traicionaron las personas más cercanas, esa ternura del pasado se convirtió en un arma, cortando una y otra vez mi corazón.
Apreté los labios, busqué el brazo de Mateo y lo abracé con fuerza.
Él besó mi nuca y me susurró:
—No pienses en nada, duerme tranquila.
—Solo que no entiendo… —m