—Mateo, antes le pedí a Aurora que brindara con el señor Dupuis. No estás enojado conmigo, ¿verdad? En realidad, yo no quería que ella tomara, pero no tenía otra opción. Yo no puedo beber y tenía miedo de que perdiéramos el acuerdo. A veces de verdad me odio por ser tan inútil... —Camila comenzó a llorar aún más desconsoladamente mientras hablaba, cada vez más arrepentida.
Ese llanto... solo lograba ponerme de mal humor.
Cogí el tenedor y piqué un poco de comida, pero los platos ya estaban fríos, no sabían a nada.
Al final, puse el tenedor a un lado y le dije a Mateo:
—Señor Bernard, Camila parece no estar bien. ¿Por qué no la acompaña usted al hotel? Yo puedo regresar más tarde sola en taxi.
Apenas terminé de hablar, Mateo me lanzó una mirada seria, peligrosa.
Con tono seco, dijo:
—¿Desde cuándo necesitas tú decirme lo que debo hacer?
Sentí un nudo en el pecho, apreté los labios y no volví a decir nada.
¡Qué rabia!
Este hombre siempre igual. No importa lo dulce que me hable en la cama