—Siempre piensas que no tengo buenas intenciones —dije en voz baja—. Entonces, ¿por qué sigues conmigo? ¿No es como criar un cuervo que te va a sacar los ojos?
—¿No lo sabías? A veces, torturar a alguien también es una forma de entretenerse —respondió Mateo.
Sentí una punzada de autocompasión en mi interior.
Así que su razón para seguir conmigo era simplemente que se la pasaba bien torturándome.
Hablar con este hombre solo servía para frustrarse.
Bajé la cabeza, apreté los labios y ya no quise decir nada más.
De repente, una mano cálida sujetó la mía.
Levanté la cabeza, pero solo vi su espalda.
Me estaba llevando de la mano hacia adelante.
—Deja de perder el tiempo. Si luego te mueres de hambre, no me vengas con quejas —dijo.
Me quedé mirando su mano, un poco aturdida.
Era una mano bonita, limpia, de dedos largos y bien definidos.
Con una sola mano cubría completamente la mía.
Estaba tan cálida que en cuestión de segundos mis dedos helados se sintieron reconfortados.
No podía evitar se