—No pasa nada, es una tontería. No te preocupes por eso —respondí.
Terminé de beber rápidamente el tazón de caldo y le dije al dueño:
—¿Me puedes preparar otro para llevar, por favor?
Al salir del local, el dueño insistió en no cobrarme. Aun así, pagué las tres raciones de caldo de carne, porque sabía que mantener un negocio pequeño no es nada fácil.
Cuando regresé al lugar donde habíamos dejado el auto, vi a Mateo apoyado contra la carrocería, absorto en sus pensamientos.
Antes solía encender un cigarro, pero hoy, aunque lo había intentado varias veces, siempre terminaba guardándolo.
¿Será que de verdad estaba intentando dejar de fumar por lo del embarazo?
Un sentimiento extraño me cruzó por dentro.
Llevaba la comida en la mano cuando me acerqué y le pregunté:
—¿Por qué no te quedas dentro del auto? Hace mucho frío afuera.
Frente a su cara, impenetrable e inexpresiva, hice un esfuerzo por sonreír.
Mateo me miró durante unos segundos antes de preguntar con voz apagada:
—¿Ya comiste suf