—¿Entonces quieres volver al hotel donde estábamos alojados? —preguntó Mateo.
Frente a su pregunta, no sabía ni cómo responder.
Después de todo, ese asunto de la “etapa de preconcepción” había sido una mentira.
Y yo no tenía intención de hacer nada con él esta noche.
Pero si ahora le decía la verdad... ¿me mataría de un manotazo?
La mirada de Mateo se volvía cada vez más intensa, más intimidante.
Se retiró un poco y me observó detenidamente, con esos ojos que parecían ver dentro de mi alma.
Su mirada me puso los nervios de punta.
Después de un largo silencio, habló con tono serio:
—Por la forma en la que te comportas, parece que eso de “etapa de preconcepción” fue una mentira, ¿no?
Mientras hablaba, sus ojos parecían más oscuros que un pozo sin fondo, y el brazo con el que rodeaba mi cintura apretó con más fuerza.
Asustada, le respondí rápido:
—No te mentí, no te mentí. Es que... tengo mucha hambre.
Se quedó en silencio un segundo:
—¿Hambre?
Asentí con apuro:
—Sí, mucha. Ya lo viste, e