Pero cuando di un paso atrás, él dio uno hacia adelante.
Y así, sin darme cuenta, ya estaba contra la pared.
Mateo apoyó las manos a cada lado, dejándome sin salida. Estaba tan cerca que podía sentir su respiración. Tenía la mirada clavada en mis ojos, sin pestañear.
Aparté la mirada con desesperación y pregunté, bajito:
— ¿Qué quieres de mí?
En el restaurante ya le había dejado clarísimo que no iba a volver con él.
¿Entonces qué busca ahora? ¿Por qué aparece así, de noche, en mi casa?
Él seguía mirándome desde arriba, con ese aliento cálido que me rozaba la cara y me hacía temblar. Intenté inclinarme hacia un lado para escaparme.
Pero él bajó el brazo y me bloqueó.
Lo miré, furiosa:
— Mateo...
Sonrió, solo un poquito.
No sé si era idea mía, pero por un segundo, me pareció ver un rastro de dolor en su mirada.
Aunque, tan pronto ese desprecio volvió a aparecer en su cara, me convencí de que lo había imaginado.
— ¿Prefieres quedarte en este lugar antes que venir a vivir a una mansión con