Me puse tensa de golpe y me levanté de un brinco, pensando que quizá había escuchado mal.
Pero no, ahí estaba otra vez: los golpes en la puerta.
Me acerqué con el corazón latiéndome en la garganta.
— ¿Quién es? —pregunté, sin tocar la puerta.
Silencio.
Una mala sensación me llegó al pecho.
Si fuera Ryan o mi hermano, ya habrían dicho algo.
Pero nada.
Todo callado.
No... no puede ser Mateo, ¿cierto?
Me subió el pulso. Me acerqué más, la voz temblándome:
— ¿Quién es? ¡Si no dices nada, no voy a abrir!
Otra vez ese silencio ensordecedor.
Me hervía la sangre.
— Te digo en serio, si no respondes, no voy a abrir.
Pasaron varios segundos hasta que, por fin, una voz conocida sonó del otro lado. Fuerte, firme, seca:
— ¡Abre la puerta!
Sentí cómo se me agitaba todo por dentro.
Era él. Era Mateo.
No sé por qué me sorprendía que me hubiera encontrado tan rápido. Subestimé lo que puede hacer alguien como él. Le bastaron unas horas.
¿Dónde más me puedo esconder?
Me quedé apoyada en la puerta, con la