Ya no me importó el miedo, me di la vuelta y lo miré, llena de rabia.
Solo invité a un compañero a cenar, ¿por qué tiene que hacerlo sonar como si hubiera hecho algo horrible?
¿En realidad tiene que insultarme cada vez que abre la boca?
Cuando vio que los ojos se me llenaban de lágrimas por la impotencia, se rio:
— ¿Qué? ¿Dije alguna mentira? Antes andabas con Michael y Javier, era un desastre. Y ahora apareces con otro que ni conozco. Aurora, ¿no puedes vivir sin un hombre cerca?
— ¡Ya basta!
Me temblaba todo del coraje, y las lágrimas me salieron sin poder evitarlo.
Mateo me miraba con furia, tenía los puños apretados y una mirada que quemaba.
Pero esa cara nunca se la ponía a Camila. A ella la veía distinto, más cariñoso, más... todo.
Pensar en eso me dolió como una punzada en el pecho.
Desvié la mirada, aguantando las ganas de romperme ahí mismo, y le dije:
— Lo que digas me da igual. Lo mío ya no te importa, señor Bernard. Y este lugar no te corresponde. Si vienes por la plata que