Por el bien de mi bebé, aunque me aterraba, sabía que tenía que decirlo.
Mateo sonrió, apagó el cigarro y lo tiró a la basura. Se recostó en el sofá, y me miró con esa sonrisa que siempre me sacaba de quicio.
— ¿Te gustó el tipo de antes porque no fuma?
Me quedé muda.
Este hombre de verdad tenía más imaginación que un pintor.
Lo miré fijamente y le dije, con calma:
— Mateo, no sé si lo vas a creer, pero Ryan es solo un compañero de trabajo. ¡Solo eso! Te pido que dejes de pensar que hay algo entre él y yo.
— ¿Compañero de trabajo? —repitió Mateo, muy lentamente. Apoyó la mano en el respaldo del sofá y comenzó a tamborilear con los dedos, como si estuviera pensando algo muy profundo.
Con él ahí, era imposible irme a dormir tranquila.
Lo miré y le pregunté otra vez:
— ¿Por qué viniste a buscarme esta noche? ¿Qué quieres?
Mateo miró hacia la ventana, observando la noche, y después de un rato, dijo:
— El brazalete que te dio mi abuela...
— El brazalete lo reparé. Aunque tiene una grieta, n