Plantada en el altar por el hombre que ama profundamente, el mundo de Altagracia se derrumba en mil pedazos y su infierno comienza. Luego de haberlo perdido todo y desheredada de su millonaria fortuna Altagracia regresará a vengarse del hombre responsable de cada una de sus desgracias sin saber que Gerardo Montesinos, el hombre más poderoso, rico de la región y el culpable de su calamidad, tiene un plan elaborado también para destruirla, y la venganza es solo el inicio para el fin de los dos. ¿Altagracia logrará su propósito antes de que la venganza la arrastre consigo?
Leer másVestida de novia, de pie en el altar y mirando hacia la salida de la iglesia, Altagracia finalmente se da cuenta que su futuro esposo no vendrá.
Acaba de dejarla plantada en el altar.
Su corazón late con fuerza y las lágrimas en sus ojos se van formando cuando, sin creerlo, sigue mirando la entrada de la iglesia y así creer que esto es una broma. Una completa broma de mal gusto.
Tiene el ramo de flores blancas, tiene su velo, tiene su vestido hermoso, éste sería el día más feliz de su vida, lo creía ésta mañana cuando se levantó. Ahora aquí, con todas las personas mirándola y dándose cuenta de éste horror, Altagracia no puede ni siquiera respirar.
Humillada. Completamente humillada. Su corazón se quiebra en mil pedazos cada vez que mira hacia la puerta. No hay nadie. No viene nadie. No entra a nadie.
El hombre de sus sueños acaba de dejarla plantada frente a todo el mundo.
Altagracia se traga el sollozo, parada frente a un centenar de personas que ya empiezan a verla con lástima. No. No puede ser cierto. No puede ser verdad.
—¿Niña? —pregunta el sacerdote con mirada lastimera.
Altagracia traga saliva, bajando la mirada hacia todos los invitados. Empiezan los murmullos y las miradas penosas hacia su dirección. Deja caer los brazos, y el ramo de flores cae al suelo. Poco a poco, sus ojos se llenan de lágrimas.
Observa por última vez a su padre, quien está sentado en primera fila con ojos afilados, y agarra su vestido.
—¡Altagracia! —llama su hermana cuando sale corriendo bañada en lágrimas fuera de la iglesia.
Altagracia ignora los llamados, las exclamaciones de sorpresas, la conmoción de su propia familia, y corre con sus tacones lejos de ésta humillación, de ésta burla.
¡¿Cómo se atrevió?! ¡Nunca apareció! Primero 30 minutos de retraso. “No comience, Padre. De seguro llegará en cualquier momento.” Había pedido. Luego 1 hora. Luego 2 horas…
Su prometido jamás se presentó.
—¡Altagracia, espera! —su hermana logra alcanzarla cerca del coche que la ha traído, un hermoso coche blanco con hermosos adornos florales que ella misma pidió—, Hermana, espera. Esto debe ser una confusión.
—¡Se burló de mí! —Altagracia se quita el velo, desesperada. El maquillaje de sus ojos comienza a correrse. Está completamente devastada, sin poder hablar—, ¡Se burló de mí! ¡Me humilló delante de todas éstas personas! No me detengas. No lo hagas, Azucena.
—¡¿Y adónde te irás?! —Azucena intenta tomarla de las manos—, ¡No cometas una locura, hermana!
Altagracia ignora por completo sus palabras. Los invitados de lo que sería la boda más aclamada de todo México salen de la iglesia, en especial su familia. Su abuela corre preocupada hacia Altagracia.
—Altagracia, piensa las cosas. No puedes irte así y menos ahora, ¡No puedes conducir! —exclama la abuela.
—¡Puedes cometer una locura, Altagracia! Abuela, dile que no se mueva de dónde está. ¡¿Cómo se le ocurre a ese hombre humillar a mi hermana de ésta manera?! Yo no sé de lo que Altagracia sea capaz de hacer si conduce ahora.
—Déjenme irme. Me quiero ir. ¡Quiero irme de aquí! —llorando desgarradoramente Altagracia se aleja más de la iglesia, en busca de aire. No quiere mirar hacia tras. Poco a poco se le va la vida. Se le arranca aire. Todas y cada una de las ilusiones que había tenido al saber que se casaría con el amor de su vida se esfuman.
Se quita el velo.
—¿Cómo pudiste hacerme esto?!—exclama. Puede sentir los pedazos rotos de su corazón, recordándose a sí misma ahí parada sonriendo y emocionada por casarse, su sueño. Luego, una pesadilla—, ¿Cómo pudiste…?
—Altagracia, espera —su hermana la toma del hombro—, no puedes conducir en éste estado.
La desesperación, el tormento, incluso quedarse sin aire por el llanto no observa el carro que se aproxima. Y es predecible lo que sucede a continuación.
—¡¿Altagracia?! —grita su hermana.
Si algo siente en estos momentos es aquel ardor empuñando vigorosamente por su cuerpo, donde cae al piso en medio de un caos y en medio de su propio tormento. El golpe aturde cada músculo de su cuerpo. El impacto la ha dejado en el limbo, y no concilia la realidad. Altagracia comienza a desmayarse.
—Altagracia, ¡Bendito Dios! —reconoce la voz de Azucena, su hermana más pequeña—, ¡Una ambulancia! ¡Por favor! Una ambulancia.
Altagracia intenta hablar. Pero con otro fuerte dolor en el vientre no puede contenerse más.
El dolor físico, el dolor del alma, su corazón roto en mil pedazos, y el llanto desgarrador se mezclan entre sí para que termine desmayada en los brazos de Azucena.
Luego…
El sonido de una voz que no distingue al principio…
Altagracia está sudando, como si estuviese bañada por un río una vez despierta.
Está rodeada de solos mujeres, aún con su vestido de novia.
Aún…en ésta pesadilla.
—¿Dónde estoy? —intenta preguntar a las mujeres desconocidas. Unos segundos necesita para reconocer la habitación.
¡Es su habitación!
—La señorita Reyes despertó. ¡Esto es una catástrofe! Tiene qué dar a luz como esa.
—¡¿Dónde estoy?! —grita Altagracia. Una de las mujeres usa un paño para quitarle el sudor en su frente. Algo ocurre para que calle. Un ardor en la parte baja de su vientre. Altagracia se arquea—, ¿Qué está ocurriendo?
—Señorita —la mujer que le quita el sudor en la frente coloca la mano en su pecho—, debe calmarse y tomarse esto a la ligera. El accidente por suerte no afectó su embarazo, pero sí adelantó el parto. Señorita, está a punto de dar a luz.
Altagracia se queda muda, con los ojos desorbitados al escucharla.
—¿Estoy embarazada?
—Tiene cerca de los nueve meses, señorita.
—¡No puedo estar embarazada! —Altagracia se interrumpe a sí misma cuando otra ráfaga de dolor la acompaña—, ¡Por Dios!
—Cálmese, señorita. Usted sólo tiene qué pujar. El niño debe salir hoy, no debe tardar más o su vida peligrará y también la de su bebé.
Altagracia está perdida en el dolor. En el dolor infernal que quiebra los huesos e inesperadamente tiene qué ceder porque no hay otro camino. La partera la incita a continuar con palabras suaves, y luego de segundos entre gritos y lágrimas, Altagracia está lo suficientemente desesperada para usar las fuerzas que han salido de un lugar recóndito.
¿Está perdiendo la vida? ¿Esto es su pesadilla? Lo último que recuerda es su corazón roto.
Altagracia deja salir un grito agudo por todo el cuarto.
El silencio de su ahogo llega y con eso, un llanto.
—¡Ha nacido! ¡El heredero de la señorita Reyes! —expresa la partera—, ¡Es un varón!
Altagracia apenas puede recomponerse. ¿Un hijo? ¿Cómo que un hijo?
—Esto es imposible. Ese niño no puede ser mío…yo jamás tuve…
—¿Una barriga, señorita? Ese tipo de embarazos ocurre, muy poco, pero ocurren. Tiene la dicha de traer al mundo a un varón sano pese a lo que ocurrió. El golpe del choque no fue grave. Mírelo. Es su bebé, doña Altagracia. Es suyo —la partera se encamina hacia una Altagracia enloquecida en la conmoción—, aquí está a su hijo.
—¿Mi hijo? —Altagracia divisa finalmente un cuerpo todavía bañado en sangre en su pecho, morado, llorando con fuerza. Esto es irreal. Esto no puede ser real.
¿Estaba embarazada?
—Haber pasado por un estrés tan fuerte y el choque llevó a que el embarazo se adelantara. Eso ocurre cuando las madres se exponen a un trauma que puede costar la vida del bebé —la partera tiene unos ojos llenos de melancolía.
Altagracia está bañada en sudor, todavía destrozada por lo que le ocurrió, por todo esto. ¿Y ahora la vida la sorprende con el niño entre sus brazos? Un niño pequeño, totalmente pequeño y que se acurruca en su cuello.
Altagracia rompe a llorar.
—Llamen al señor Reyes, ¡Ahora! —exclama la partera.
—¿Cuánto tiempo pasé desmayada, Gertrudis?
—Unas cuantas horas, mi doña. Luego de…—la partera se detiene, abriendo los ojos—, lo bueno es que usted está sana.
—No. Yo no estoy sana —Altagracia hace el intento de ponerse de pie—, tome a éste niño.
—¡¿Señora?! ¡¿A dónde se le ocurre que ir?! ¡No puede levantarse! ¡Acaba de dar a luz!
Altagracia llora en silencio cuando decide mirar al bebé entre sus brazos. No…esto no puede ser real. ¿Su hijo?
Entonces…
Éste niño.
Éste niño es heredero de su prometido.
Del tipo que la abandonó en una iglesia.
Decide acercar al bebé más a sus brazos, rompiendo a llorar.
—¿Señora Altagracia?
Altagracia se da la vuelta con el niño entre sus brazos, saliendo de la habitación.
—Por amor a Cristo —exclama Gertrudis, persiguiéndola por detrás—, ¡Señora!
Altagracia se arrastra por los pasillos de la mansión de los Reyes con el niño que ya está tranquilo entre sus brazos. Lo abraza con más fuerza en la manta y camina, aún vestida de novia, hacia ningún lugar en específico. Mantiene a su hijo entre sus brazos, aún adolorida, pero continuando en sus pies débiles hasta detenerse justo frente a su abuelo.
Los ojos de su abuelo están desorbitados por lo que lleva en brazos, por su apariencia. Altagracia llevaba su cabello en un moño a la hora de casarse. En estos momentos es un desastre, pero siempre sosteniendo a su pequeño y recién nacido.
—¿Qué es esa cosa?
—¿Esa cosa? —Altagracia jadea horrorizada al oír a su abuelo—, es mi hijo.
El abuelo de Altagracia no puede creer lo que ocurre. Pero no sólo aparece él, sino Azucena, gritando de horror cuando la observa y también su abuela. Altagracia aprieta la pequeña vida entre sus brazos, temblando.
—¿Cómo que tu hijo? Jamás estuviste embarazada —exclama el abuelo de Altagracia, señalándola—, ¡Y ese niño no será bienvenido aquí!
Altagracia palidece.
—¡Mucho menos tú!
—¿De qué estás hablando, abuelo? —Altagracia balbucea—, ¿Por qué me hablas así? ¿Por qué le hablas así a tu nieto?
—¡Gerardo Montesinos nos ha dejado en la calle por tu culpa!
La sentencia de su abuelo deja a Altagracia conmovida en el terror.
—¿Qué estás diciendo…?
—¡Todo lo nuestro ahora le pertenece! Eres la heredera de todo los Reyes. ¡Pero todo se lo diste a Gerardo Montesinos! ¡Lo hiciste dueño de todo y nos has dejado en la calle! ¡Ahora como unos perros nos hecha de nuestras tierras! —el abuelo de Altagracia le grita, lleno de rabia—, ¡Todo por tu estúpido romance con ese hombre!
—Yo no he hecho eso, abuelo. ¡Lo juro! —Altagracia exclama—, ¡él no puede hacernos esto! ¡No puede sacarnos a la calle! Ésta casa es nuestra, todo es nuestro. ¿De qué estás hablando?
—¡Quiero que te vayas! —y su abuelo le grita con fuerza—, dejaste de ser la heredera de todo. Ahora Gerardo Montesinos te quitó todo, te dejó sin nada. ¿No lo ves? No lo viste por caprichosa y tonta enamorada. El tipo se aprovechó de ti para que le firmaras todo. Te dejó sin nada.
—No —Altagracia arropa al bebé entre sus brazos—, no, él no pudo hacerme esto. Es imposible. Yo soy la heredera de todo, ¡Soy yo!
—¡Pues ya no! —su abuelo vuelve a gritarle—, al menos nosotros tenemos éste techo en donde vivir. Pero tú —la señala—, tú has arruinado el legado de nuestra familia. ¿Cómo se te ocurre darle todo a ese hombre? ¡Todo! ¡Te dejó en la calle!
Altagracia rompe a llorar.
—No. Él no puedo hacerme esto —Altagracia cae de rodillas, abrazando el cuerpo del bebé que al sentir su desgracia y dolor también rompe a llorar—, no, no puede ser posible.
—Y ahora yo soy quien no te quiere ver aquí. Agarra tus cosas porque ya no eres heredera de nada, tampoco mi primogénita.
Con sus ojos llenos de lágrimas Altagracia observa a su abuelo.
—¡Largo de ésta casa por traidora! —exclama el señor Reyes.
Altagracia acaba de ser desamparada por todos los que ama.
Hemos llegado al final de ésta gloriosa historia y sigo sin creerlo. Cada vez que sucede no lo creo, y cuando llega, simplemente me da nostalgia. No puedo creer que haya terminado. Estoy en agradecimiento con los lectores que quisieron y amaron ésta historia como yo hice en escribirla. La amé desde que estuvo en mi mente como una idea. Es irracional el amor que le tengo a ésta historia en particular, y agradezco full todo el recibimiento. Fue un mar de emociones encontradas en todo éste viaje, y como siempre sucede, me entristezco cada vez que le tengo qué decir ádios a mis personajes principales. ¡Gracias! ¡Gracias! El agradecimiento qué tengo es enorme. Gracias por querer mi historia. Cada línea fue hecha con mucho amor y con demasiada dedicación. Agradezco en especial a:Goss FMMiles CuparesPama Hérnandez BraSandra Georgina Osornio LimaCristina AguileraAleKaro OjedaMaribel MarreroIliana FerreiaMi querida Rossi ZamoranoY a todos los lectores que estuvieron presentes en la
***Ha pasado un mes desde que su hermosa bebé vino a éste mundo.Altagracia la tiene en brazos, amamantándola frente a la playa, sentada bajo una campaña que la protege a ambas. El viaje a la playa en la isla que su esposo le regaló es un hecho. Ésta es la luna de miel de la que hablaban, con sus tres hermosos hijos juntos a ellos, en un paraíso que abunda en amor, en felicidad y en exclusiva ternura.Sus dos hijos varones están armando castillos en la arena, y su padre los acompaña. Altagracia tiene una sonrisa plasmada desde que llegaron a la playa. Gerardo disfruta y juega con sus hijos en una hermosa imagen para Altagracia. Los hombres de su vida en su propio mundo.Mientras ella está junto a su adorada princesa.—Ángela, mi amor —Altagracia besa su cuello—. ¿Quién es la bebé más hermosa del universo?Su hija heredó los ojos verdes de su padre, al igual que Matías. Nació con abundante cabello, de tono caramelo, casi rubio. Es simplemente perfecta. Pese a que dice que su hija se p
Altagracia se acaricia su vientre ya de nueve meses mientras riega el jardín en su hacienda en Los Reyes. Su sonrisa resplandece.Sergio y Matías corretean en el patio junto a ella, divirtiéndose con un cachorro de no menos de cinco meses. Los mira con amor a los dos, y también mira con amor su embarazo. Ya han pasado cinco meses desde que le dijo que Sí Acepto a Gerardo, y su matrimonio ha resultado ser un cuento de hadas.La luna de miel fue por al menos dos días en Acapulco, debido a que Matías y Sergio no paraban de llorar por sus padres. Ambos decidieron que alargarían su luna de miel cuando el bebé naciera. Al igual que los niños, tampoco le agrada estar lejos de sus bebés. Ya casi tres bebés.—Toma, mami —Sergio trae un ramo de dientes de león. Altagracia se agacha a recibirlo.—Oh, mi amor. ¿Para mí?—Y para mi hermanito —Sergio dice—. ¿Cuándo voy a conocer a mi hermanito?—Muy pronto. Ya casi todos vamos a conocer a tu hermanito —Altagracia le toca la punta de la nariz con el
Altagracia creyó que sería una buena idea hacerle una pequeña broma inocente a su marido. Y como lo había sospechado, si funcionó. Al ver la palidez de Gerardo cuando él le devuelve la mirada, Altagracia no evita echarse a reír un poco.Altagracia le sonríe a su abuela mientras se acerca al altar. Es una hermosa imagen ahora porque la última vez fue ella quien la llevó al altar. No Roberto por las indiferencias. Ahora con el beneficio del perdón, es un sueño hecho realidad. Altagracia logra finalmente llegar al altar.—Gerardo —Roberto le habla, mirándolo a los ojos—. Te entrego a mi hija —su padre coloca su mano en la mano de Gerardo—, te entrego a mi hija para que la ames, y la cuides. No le hagas daño, y si ya no la amas, devuélvemela a mis brazos. Estará segura en los brazos de su padre. Mi hija te eligió como su compañero de vida, y mi es deber entregártela como Dios siendo testigo —Roberto hace llorar a más de una persona. Coloca la mano en el hombro de Gerardo—, cuídala.Gerar
*Meses después*—Éste vestido es precioso, Gracia. ¡Tan sólo mírate! —es la dulce voz de Azucena, agachada mientras ayuda a estirar la cola del vestido de su hermana—. Nuestra abuela hizo un hermoso trabajo.—No puedo creer que ya llegó el día. No puedo creerlo —Altagracia se mira en el espejo. Tiene exactamente cuatro meses de embarazo, y su pancita sobresale en el vestido blando de novia hecho por Aleida. Su embarazo le da un toque especial y hermoso al atuendo, y en general, a toda ésta celebración que apenas comienza—. Estoy tan nerviosa.—¿Cómo no lo vas a estar? Si la última vez…Altagracia se echa a reír por el comentario de Rita.—No te preocupes, Rita. Sé que hacer para compensar ese pequeño detalle —Altagracia le guiña un ojo a Rita. Su prima también se echa a reír confidente a la idea clara de Altagracia. Ella vuelve a mirarse en el espejo, vislumbrándose a sí misma y sobre todo a su vientre. Lo acaricia con tal suavidad que teme molestar a su bebé en espera—. ¿Estamos casi
Caminando de un lado al otro en un pasillo solitario, de brazos cruzados, Altagracia está de esa forma desde hace un par de minutos en la fiscalía de la ciudad.Partió temprano a la ciudad para resolver unas que otras cosas importantes acerca de Compañías Reyes y temas de las dos haciendas a su nombre: Los Reyes y Villalmar. Sin decirle a nadie, se acercó a la fiscalía en búsqueda del fiscal Omar para que le hiciera un último favor.—No es posible, señora Reyes. No estamos-—Se lo suplico, sólo será ésta vez —Altagracia pidió en voz baja—, necesito hacer esto. Lo necesito, señor Omar. Usted más que nadie sabe por lo que he pasado. Gerardo y a mí nos ha ayudado. En estos momentos, soy yo quien le pide que haga esto como un último favor.Omar miró el lugar hacia las celdas. No convencido de lo que Altagracia pedía. Mantuvo la calma y sólo por conocer su caso confirmó con un asentimiento determinado.—Quince minutos. La acompañaré.Y desde entonces está esperando el resultado de la visi
Último capítulo