Empujé a la abuela Bernard.
Obvio, no con mucha fuerza, pues sabía que era una señora mayor.
Ella dio unos pasos hacia atrás.
Miguel corrió a ayudarla, con la cara llena de furia:
—¡Aurora, contrólate por amor a Dios!
¡Paf!
En ese momento, la madrastra de Mateo me dio una cachetada.
Me miró con desprecio y dijo:
—¡Te robaste algo de la abuela Bernard y todavía tienes el descaro de ponerte así! ¡Y encima le pegas!
Me llevé la mano a la cara, que me ardía, y la miré sin mostrar emoción.
Ella me dijo:
—No te hagas ilusiones, Michael se fue después de la fiesta. No esperes que venga a salvarte de esta, desgraciada.
—Es una vergüenza, te la pasas detrás de los hombres y ahora hasta le robas el brazalete a la abuela.
—No puedo creer que en la familia Cardot haya ladrones.
—¡Qué risa! Antes se creía mejor que Mateo y ahora mírenla, toda una rata.
—Menos mal que la atrapamos, si no, vayan a saber cuántas cosas más habría sacado.
Los empleados empezaron a murmurar entre ellos, todos con tono bu