La madrastra de Mateo se acercó cruzada de brazos, con una sonrisa burlona en la cara:
—No pensé que la familia Cardot estuviera tan hundida como para ponerse a robar entre ellos.
—¡Pero yo no me he robado nada! —respondí, mirando a ella y al papá de Mateo, sin perder la calma—. Ese brazalete me lo dio la abuela Bernard. Si no me creen, pregúntenle a ella o a Mateo.
Mateo sabía del brazalete, él mismo me dijo que lo guardara bien, así que no estaba tan nerviosa.
Pero algo no me cuadraba.
Si el brazalete era un regalo suyo, ¿por qué ahora decía que se había perdido?
Bajé la vista, con una sensación muy fea en el pecho.
Ojalá estuviera equivocada.
El papá de Mateo mandó traer a la abuela Bernard de inmediato.
Poco después, apareció apoyándose en su bastón, caminando con dificultad, acompañada por un empleado.
—¿Lo encontraron? ¿El brazalete que le dejé a mi nuera? ¿Apareció?
Venía muy contenta.
Sentí cómo me venía abajo.
Ella me lo había dado con sus propias manos, entonces... ¿por qué r