Aurora
El edificio de la comisaría se alzaba frente a mí como una fortaleza de hormigón y cristal. Gris. Imponente. Intimidante. Mis manos temblaban mientras las apretaba contra mi regazo, sentada en el asiento del copiloto del coche de Gael.
—Puedo esperar todo lo que necesites —susurró él, con esa voz que había aprendido a reconocer cuando intentaba no presionarme.
Respiré hondo. El aire olía a ambientador de pino y a la colonia de Gael. Una mezcla extrañamente reconfortante.
—No. Ya he esperado demasiado.
Bajamos del coche y caminamos hacia la entrada. Cada paso resonaba en mi cabeza como un tambor. Uno, dos, tres... Gael mantenía su mano cerca de la mía, sin tocarme, pero lo suficientemente cerca para que supiera que estaba ahí. Que no estaba sola.
Ya no más.
El interior era un caos ordenado. Teléfonos sonando, oficiales yendo y viniendo, el sonido de impresoras y conversaciones superpuestas. Me sentí pequeña. Insignificante. ¿Quién era yo para pensar que mi historia importaba?
—V