Gael
Hay momentos en la vida que te definen. Instantes que dividen tu existencia en un antes y un después. Este era uno de ellos.
Observé a Aurora dormitar en el asiento del copiloto mientras conducía hacia las afueras de la ciudad. El amanecer comenzaba a filtrarse entre las montañas, tiñendo el cielo de un naranja pálido que contrastaba con la oscuridad que me consumía por dentro. Había pasado la noche entera dando vueltas en mi cama, repasando cada palabra, cada posibilidad, cada consecuencia. La carpeta que descansaba en la guantera pesaba como si contuviera plomo en lugar de papel.
—¿Adónde vamos? —murmuró Aurora, frotándose los ojos mientras se incorporaba.
—A un lugar donde podamos hablar sin que nadie nos interrumpa.
Su mirada se clavó en mi perfil. Podía sentirla estudiándome, intentando descifrar la tensión que emanaba de cada poro de mi piel.
—Gael, me estás asustando.
Apreté el volante hasta que mis nudillos se tornaron blancos.
—Lo sé. Y lo siento.
Aparqué junto al mirado