Ha pasado un mes desde que estoy aquí en Rusia. Mi recuperación ha sido algo lenta y la que se ha tardado más fue la herida de bala, pero por fin ya estoy mejor.
Me he acabado de bañar y estoy peinando mi cabello. En eso escucho que alguien toca la puerta de mi habitación.
—Pase —gritó.
—Puedo pasar, hija —escuchó la voz de papá Miguel.
—Sí pasa, papá Miguel.
Escucho que comienza a acercarse con mucho cuidado a mí. Hasta estar parado detrás de mí. Yo lo veo por el espejo.
—Mi niña, sé que ya ha pasado tiempo y, con la autorización del doctor, que ya estás totalmente recuperada; vengo a decirte que te prepares. Póntelo cómodo porque Franco está abajo esperándote.
Dejo de cepillarme el cabello al escuchar lo que acaba de decirme papá Miguel.
—En serio, papá Miguel.
—Sí, así que apresúrate porque a Franco no le gusta la impuntualidad.
—Entonces me daré prisa.
Me levanto del sillón donde estoy y me voy directo al armario.
—Bueno, entonces después nos mir