Raina estaba un poco ausente cuando sintió un calor suave en el dorso de la mano. Giró la cabeza y vio a Carla a su lado, sonriéndole con ternura.
—¿En qué estás pensando?
Desde que se habían subido al auto, Raina casi no había dicho nada. Miraba por la ventana, perdida en sus propios pensamientos.
Apretó un poco los labios y no respondió. Carla soltó un suspiro leve.
—No te enredes con lo que diga la gente. Siempre hay chismes. Tú tranquila, eso es lo que cuenta.
Carla tenía una forma muy clara de ver las cosas, y además sabía ponerse en el lugar del otro.
De pronto, Raina entendió de dónde le venían a Iván ese orgullo y esa seguridad tan suyos.
Con una madre que lo quería así, ¿cómo no iba a crecer seguro de sí mismo?
—Lo sé —respondió Raina, sin apartar la mirada de la cara de Carla.
Era una mujer hermosa, incluso con las marcas que el tiempo había dejado en su piel.
Carla asintió y no insistió.
Con ella todo era así de sencillo: sabía aconsejar sin sermonear, acompañar sin invadir.