Capítulo 4

Jayden Hendrix:

La mañana había comenzado temprano para mí. Mi Beta vino a despertarme en la biblioteca, un hábito que había desarrollado cuando me absorbía el trabajo hasta altas horas de la noche . Traía consigo noticias que no esperaba, y que, sin embargo, despertaron mi interés.

La manada de Flor de Luna había sido destruida. Los cazadores acabaron con cada uno de ellos, y entre los pocos supervivientes, el ex-Beta buscaba asilo en nuestra manada. Ordené que se suspendiera el entrenamiento para concentrar a mis guerreros en la seguridad del territorio. Esto era más que un simple ataque: implicaba una amenaza cercana y real.

Después de tomar mi desayuno habitual —carne preparada justo como me gustaba—, me dirigí a la sala del trono para recibir a los supervivientes. Apenas me había acomodado en el trono cuando escuché los golpes firmes en la puerta.

—¡Alfa Jayden Hendrix, le traemos ante usted al exiliado que encontramos! —anunció uno de mis caballeros, entrando con una expresión de desprecio.

Me incliné hacia adelante, mirando con interés cómo los traían ante mí. El ex-Beta de la manada destruida, Marcus, ingresó con la espalda recta y en sus brazos llevaba a una niña pequeña, profundamente dormida. Inmediatamente, sentí una atracción inexplicable, un lazo poderoso que nunca había experimentado antes. Era ella. Mi mate.

Esa pequeña era mi Luna, mi alma gemela.

Mis ojos recorrieron cada detalle de su figura. Mi respiración se volvió más profunda mientras el sentimiento de pertenencia hacia esa niña crecía en mi interior. Hice un esfuerzo para disimularlo, manteniendo mi tono frío y distante mientras los evaluaba.

—¿De dónde vienen? ¿Y quiénes son? —pregunté, sin apartar la vista de la niña en los brazos de Marcus.

Marcus me sostuvo la mirada y, con voz firme, respondió:

—Venimos de la manada Flor de Luna. Yo era el Beta, mi nombre es Marcus Kendrik, su majestad.

Asentí, dándole el reconocimiento que correspondía a un Beta, aunque de una manada ya inexistente. Sin embargo, mis ojos volvieron a posarse en la niña, sintiendo una conexión que me decía todo lo que necesitaba saber.

—¿Y quién es ella? —pregunté, con un tono de interés que dejé intencionadamente entrever.

—Es mi hija, su majestad —mintió Marcus, manteniendo su postura.

Un gruñido bajo emergió de mi pecho, incontrolable. Lo miré con una intensidad peligrosa.

—¡Mientes! —gruñí, sin apartar la mirada—. Dime la verdad.

Vi la lucha interna en su rostro antes de admitir:

—Ella es la hija del Alfa de nuestra manada. Venimos a pedir asilo... La nuestra fue atacada.

Asentí, procesando la información, pero una palabra continuaba resonando en mi mente: mía.

—De acuerdo. Los aceptaré en mi manada —dije finalmente—. Pero vivirán en el castillo.

—¡No! —gritó Marcus impulsivamente. Su exclamación sobresaltó a la pequeña, quien despertó y comenzó a llorar.

El sonido hizo que un centinela fuera de la sala ingresara rápidamente. Vi en su mirada la molestia hacia Marcus por su insolencia, pero antes de que pudiera tocarlo, lo detuve con una mirada cargada de advertencia. Sin pensarlo dos veces, me levanté de mi trono y, en un movimiento veloz, arrebaté a la pequeña de los brazos de Marcus.

Este intentó acercarse, desesperado, pero mis centinelas y caballeros lo inmovilizaron antes de que lograra hacer algún movimiento. Me dirigí de nuevo hacia el trono con la pequeña en mis brazos. Ella se calmó, aferrándose a mí, y una sonrisa divertida escapó de sus labios, inconsciente de la tensión a su alrededor.

Acaricié su cabello suavemente y murmuré:

—Mía... mía... Mi luna. — gruñí, extasiado por su aroma a Menta y Frutos rojos .

Pude ver cómo Marcus intentaba luchar contra los guardias, su rostro desencajado.

—¡Devuélvemela! —gritó, tratando de liberarse.

Lo observé con calma, una pequeña sonrisa de satisfacción en mis labios.

—Podría matarte aquí mismo y quedarme con ella —afirmé sin inmutarme—. Dime... ¿cómo se llama?

—Asterin —respondió entre dientes.

—Asterin... —repetí en un susurro. Esa palabra me supo a gloria.

—Si quiere que me quede —insistió Marcus, en un intento de recobrar el control—, debe entender que soy como un padre para ella. No permitiré que esté a su lado hasta que se transforme y decida por sí misma si quiere estar con usted.

Lo observé detenidamente, como si evaluara su valentía. Finalmente, esbocé una sonrisa irónica.

—¿De verdad crees que alguna mujer me ha rechazado alguna vez? —pregunté, mis ojos volviendo a la pequeña—. Y ella no será la excepción.

—¿Y si se enamora de alguien más? —me desafió Marcus.

Solté un rugido que resonó en las paredes de la sala. Incluso mis guardias parecieron estremecerse, y Asterin me miró con un leve estremecimiento por el susto, y una pequeña sonrisa encantadora, como si supiera que yo sería siempre su protector y el ser más celoso que existirá en la faz de la tierra.

—Lo mataré —afirmé, con la decisión de una promesa eterna—. No quedará ni rastro de su existencia.

Marcus asintió, pero su mirada reflejaba una mezcla de ira y aceptación. Me acerqué, estrechándole la mano para sellar el trato.

—Es un trato —dije.

—Es un trato —respondió, aunque la tensión entre nosotros persistía.

Miré a mis guerreros y declaré:

—Si alguno de ustedes revela algo de lo que han escuchado aquí... considérense muertos. A partir de ahora, protegerán a su Luna en silencio y lealtad.

Luego, llamé a uno de mis caballeros.

—Tú, lleva a Marcus a una habitación en el mismo piso que el mío y asegúrate de que tenga todo lo necesario para mi Luna.

—Sí, majestad —respondió con una reverencia.

Mientras se llevaban a Marcus y a Asterin, mis ojos no se apartaron de ella. Me quedé observándola, grabando cada trazo de su rostro como si fuera la última vez. Asterin era el principio de mi destino y la promesa de mi futuro. Seré todo lo que necesite en esta vida. Y si algún día me pide que me arrodille a sus pies, lo haré con gusto, y mi reino me seguirá, porque no habrá nadie más digno de ella que yo. Y quien ose arrancarla de mis garras... acabará cinco metros bajo tierra.

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