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La noche había llegado y mis nervios aumetado. Cuando el reloj de la cocina paró sus agujas exactamente a las siete y cincuenta y ocho de la noche supe que ya era hora de empezar con la parte más difícil del plan: subirme al auto sin que nadie reparará en mí.

Las chicas estaban ocupadas preparando la cena solo para nosotras y los guardias que quedarían en la casa, así que me despedí de ellas alegando que iría a ducharme antes de bajar a cenar, ellas asintieron con confianza y yo salí de ahí.

Empecé a caminar por lo pasillos vacíos de aquella pulcra y grade casa, lo único que pedía al cielo era que nadie me descubriera, que no hubiera ni siquiera uno de los diez hombres que cuidaban la entrada de la casa diariamente.

Cada dos segundos miraba hacia atrás para asegurarme que no hubiera nadie detrás de mí. Llegué al recibidor con éxito, allí no había nadie, eché un vistazo a las escaleras para asegurarme que no viniera nadie, agradecí por primera vez que la casa afuera tan grande cuando n
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