El cielo amanecía con tonos suaves de naranja y rosa, filtrándose entre las persianas de la casa de Eleonor. Rowan estacionó el coche frente a la puerta principal con la misma precisión que siempre había mostrado, su mirada fija en la entrada como si cada paso lo acercara a algo inevitable.

Aria, sentada a su lado, mantenía la mano sobre su pierna, un gesto silencioso de apoyo que no necesitaba palabras. Sabía que para Rowan estos momentos eran pesados, que cada visita a su madre implicaba un duelo que no terminaba de procesar.

—Va a estar todo bien —susurró ella, más para sí misma que para él.

Rowan asintió sin mirarla. Sus pensamientos giraban en torno a la fragilidad de Eleonor. Un fuego interior se encendió al pensar que su madre podría no regresar a aquella casa. Sujetó con fuerza la mano de su prometida tras bajar del auto, y comenzar el cam