Antes de que Luisa pudiera terminar de hablar, Sofía se zafó bruscamente de su mano.
Luisa perdió el equilibrio y casi rodó por las escaleras.
Tomás, al ver esto, corrió a sujetarla. Con una mirada furiosa dirigida a Sofía, gritó:
—¡Sofía ! ¡Mi mamá ya se disculpó contigo! ¿Qué más quieres?
Desde lo alto de las escaleras, Sofía miraba con frialdad a esa madre e hijo sin corazón. Su mirada era tan afilada como cuchillas:
—Tía, cuando uno hace algo malo, tiene que pagar el precio. Este saco que llevo puesto es del señor Ruiz. Si lo hubieras roto, ¿cómo te las arreglarías?
Al ver el saco negro sobre los hombros de Sofía, el rostro de Luisa se puso pálido al instante.
¡Entonces era verdad todo lo que Sofía había dicho!
—Tía, no te preocupes. Mañana, cuando cancelemos oficialmente el compromiso con la familia Rivera, ya hablaremos de nuestras cuentas con calma.
Sofía se dio la vuelta para subir, pero Luisa, desesperada, la sujetó del brazo:
—¿Qué? ¿Vas a cancelar el compromiso? ¡¿Cómo puede