—Tienes la mano lastimada, ¿sí puedes cortar verduras?
—Desde mi papel de médico tengo que aconsejarte otra cosa: mejor busca a alguien que corte por ti. Si te tiembla la mano y te llevas un dedo, ¿qué hacemos?
Sofía Valdés, a punto de ponerse a cocinar, no había pensado en eso. Al oírlo, cayó en cuenta de que, en efecto, debía pedir ayuda para el picado.
Sin más, posó la mirada sobre Leonardo.
—Mi pulso con el cuchillo no le llega al de Elías—dijo él al notar que lo habían elegido—. Lo bajo para que te ayude.
Y se fue escaleras arriba, como si un segundo más en la cocina fuera exceso.
Arriba, Leonardo tocó la puerta del cuarto de Elías. Tocó un buen rato y nadie abrió, así que alzó la voz:
—¡Elías, sal ya! Baja a ayudar a la señorita Valdés con el picado.
Y, pegado al marco, murmuró en corto:
—Es tu momento de lucirte. Te conseguí la oportunidad, ábreme de una vez.
Bruno salió del cuarto de enfrente y lo vio encorvado junto a la puerta.
—Doctor, ¿qué está haciendo?
—Llamando a su jef