—La última vez te lancé a la cama, tu cintura, ¿no…?
—¡No, para nada!
Los ojos de Sofía se abrieron como dos campanas de bronce.
Por dentro repetía una y otra vez que qué atrevimiento, que si acaso Elías también pensaba ponerle pomada en la cintura.
Ante la mirada reacia de Sofía, Elías frunció el ceño.
Parecía no entender qué emoción quería expresar aquella mujer.
Para él, poner pomada era poner pomada, sin distinción de hombre o mujer.
Para Sofía, en cambio, una cosa era la acción y otra el cuerpo de quien la hacía. Poner pomada es poner pomada, pero entre hombre y mujer hay que guardar la raya.
—Jefe, hace un momento el doctor Leonardo llamó para preguntar si compramos algo de verduras, porque en la noche quizá haya demasiada carne.
—No hace falta. Hazlo tal cual el menú que dio la señorita Valdés.
—De acuerdo.
Sofía recordaba que Leonardo había dicho que Elías, igual que ella, no era fan de los banquetes grasosos.
Se acordó de lo que había visto del cuarto de hotel donde vivía