Ella ni siquiera era consciente de su propia inteligencia.
Con ese pensamiento, Elías dejó los papeles en la mesa y salió despacio de la habitación.
En la sala, Bruno llevaba puesto un delantal y, desde la cocina, preparaba una cena sencilla.
Sofía siempre había imaginado que alguien como Elías, con la fortuna que tenía, vivía rodeado de manjares y exquisiteces. Lo mínimo serían cortes finos de carne y banquetes. Pero al ver en la mesa unos nopales con queso, un guisado sencillo de calabacitas, unos tacos de camarón salteado y, como lujo mayor, un pescado a la veracruzana, su idea sobre él se vino abajo de golpe.
¿No decían que Elías era un hombre con riquezas incalculables?
¿Por qué entonces comía así?
—Señorita Valdés —comentó Leonardo Rivas con un dejo de burla—, es la primera vez que Elías cena tan “abundante”. Parece que en verdad le importa mucho su presencia.
En otros tiempos, en esa casa, un simple plato de frijoles de la olla ya era un lujo.
Esa noche, en cambio, había seis gu