Él jamás permitiría que Sofía se saliera con la suya.
—Alejandro, la señorita Valdés ya dejó clara su postura, no la obligues más —dijo con frialdad la abuela Rivera, ansiosa por cortar de raíz cualquier vínculo entre Sofía y su nieto.
—¿No es que la señorita Valdés está empeñada en terminar sus estudios? —añadió con desdén—. Entonces arréglale un departamento cerca de la universidad, que se recupere allá.
—Abuela, ella…
—¡Basta! Así se hará.
En la familia Rivera, la palabra de la anciana era ley. Sin titubeos, volvió la mirada hacia la sirvienta Carmen.
—Carmen, ve y empaca lo que necesite la señorita Valdés.
—Sí, señora… —respondió Carmen, no sin lanzar antes una mirada vacilante a Alejandro.
Con voz gélida, él intervino:
—Abuela, ya es tarde. Sofía sigue herida y no puede moverse demasiado. No es conveniente que salga esta noche. Mañana temprano le pido a Javier que busque un lugar adecuado y entonces la trasladamos.
La abuela Rivera hubiera preferido sacarla de inmediato, pero al p