Si hubiera sido antes, a la abuela todavía le habría gustado presenciar una escena así.
Pero ahora, su expresión se volvió fría y dijo:
—Carmen, ¿para qué están ustedes? ¡Apúrense y bajen a la señorita Valdés!
Con esa sola frase —señorita Valdés— ya había marcado una distancia entre ella y Sofía.
Antes siempre la llamaba con cariño, Sofía.
Al parecer, después del escándalo, la señora Rivera ya no pensaba mostrarle buena cara.
Carmen se apresuró a extenderle las manos a Sofía.
Ella, que no veía la hora de apartarse del cuerpo de Alejandro, se mostró más que dispuesta a cooperar.
Alejandro también lo notó, y por eso le lanzó una mirada helada a Sofía, ya de pie en el suelo.
Al ver que ella ni siquiera se atrevía a mirarlo, se le hizo un nudo de frustración en el pecho.
¿Tanto le desagradaba que la tuviera en brazos?
Sofía se quedó de pie a un costado y dijo en voz baja:
—Señora…
—Escuché que estabas herida.
La señora Rivera la miró de arriba abajo; el cuerpo entero de Sofía estaba cubier