Sofía le regaló a Elías una sonrisa apenas amable.
—Me contaron que tiene a varios guaruras entrenados bajo su mando. Justo ahora me viene bien, porque últimamente he notado que alguien me sigue a unos cincuenta metros. Usted entiende.
No dijo más, pero la insinuación estaba clara. Elías tenía a alguien vigilándola y vaya a saber con qué intención. Ella lo sabía, aunque no lo mencionara. Y, al final, estaba subida en el mismo barco que él. Si quería bajarse, dependía de su voluntad.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti, Sofía?
—¿Ah, sí? Entonces dígamelo, para ver si logro quitarme ese mal hábito.
—Que eres lista. Sabes cuándo adaptarte. Y además… me resultas bastante entretenida.
Sus ojos alargados brillaban con una sonrisa extraña que, en ese rostro tallado a cincel, se veía fuera de lugar.
El tono juguetón la incomodó. Sofía contestó de inmediato:
—Mejor dígame de una vez por qué vino a buscarme. Dudo que sea solo para burlarse de mí.
Después de que Alejandro anunciara públicame