—¡Sí, sí, sí! ¡Fue culpa de nuestra Mónica! ¡Señorita, lo siento, de verdad lo siento! Mire, por favor, tenga en cuenta que todavía es una chamaca, perdónela. Díganos cuánto quiere, nosotros pagamos lo que sea —balbuceaba el padre de Mónica, muerto de miedo.
En todos sus años en esta ciudadd jamás habían provocado a alguien tan poderoso.
Y todos sabían que ese Casanova, recién regresado del extranjero, tenía vínculos con el bajo mundo. Meterse con él significaba firmar una sentencia.
Sofía frunció el ceño al ver aquella escena.
—Elías, ¿qué se supone que es todo esto?
—Es evidente. Estoy sacando la cara por ti.
Elías se había acomodado en un sillón, con una calma casi insolente, como si la ley no tuviera nada que ver con él.
—Yo no estoy tan loca como tú. Y mucho menos necesito este tipo de venganza.
Sofía arrugó el entrecejo. No pensaba quedarse un minuto más en ese lugar y se dio media vuelta para irse. La sonrisa de Elías desapareció de golpe.
—¿Quiere que detengamos a la señorita