Capítulo 212
Alejandro, al escuchar su quejido, soltó de inmediato su brazo.

Sofía no lo miró siquiera; bajó las escaleras con paso firme.

—Javier, síguela.

—Sí, señor.

El secretario se pegó a su espalda como una sombra. Si Sofía descendía por la escalera, él hacía lo mismo.

En la planta baja, donde entregaban las medicinas, Sofía se encontró con otro obstáculo: no tenía bolsa para cargar los medicamentos, así que debía llevarlos en la mano.

Seis cajas eran imposibles de sujetar con una sola. Apenas se le resbalaron y empezaron a caer al suelo, cuando distinguió los zapatos impecables de Alejandro a pocos centímetros.

Sofía contuvo el aire.

Una sombra que no la dejaba en paz.

—Javier, recógelas para la señorita.

—De inmediato.

El secretario se agachó y reunió las cajas una a una.

Sofía se incorporó con frialdad.

—¿Y esto le divierte, señor Rivera?

—Mucho —respondió él con una sonrisa satisfecha, deleitándose en verla tan descompuesta.

Pero en un segundo el gesto se le borró. Sofía le lanzó las caja
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