A la mañana siguiente, el escándalo de los Valdés ya estaba en boca de todos.
En un abrir y cerrar de ojos, toda la alta sociedad se había enterado de la vergonzosa escena protagonizada por Tomás durante su propia fiesta de cumpleaños.
Lidia Salvatierra, considerada por muchos herederos como la musa intocable, la prometida ideal, había sido víctima de los descaros de Tomás. Uno tras otro, esos mismos jóvenes privilegiados comenzaron a marcar distancia con él, como si temieran contagiarse su deshonra.
Esta vez, Luisa no hizo más que dispararse en el pie. Quiso a toda costa que su hijo se aliara con una verdadera heredera… sin molestarse siquiera en mirar lo que realmente valía su hijo.
Al mediodía, cuando Luisa volvió del hospital, su rostro estaba demacrado, el maquillaje corrido, los pasos pesados. Apenas cruzó el umbral de la sala, fue directo a encarar a Sofía Valdés.
—¡Sofía! ¿Cómo puedes ser tan cruel? ¡Tomás es tu hermano! ¿Cómo pudiste tenderle una trampa así?
—Tía, no tengo ide