Tan solo de pensarlo, a Luisa le dolía el alma.
Pero a Sofía poco le importaba si su tía perdía o ganaba. Es más, ese día salió manejando precisamente el auto deportivo rojo que Luisa le había entregado la noche anterior. Mientras observaba con deleite su carro nuevo, comentó con una sonrisa satisfecha:
—Este coche está espectacular. Me fascina. Gracias, tía.
Acto seguido, subió al asiento del conductor con total naturalidad.
Luisa casi se desmayó ahí mismo por segunda vez.
Desde el retrovisor, Sofía la vio perder el control en el jardín delantero de la casa. No pudo evitar curvar una sonrisa en los labios.
¿De verdad creías que esto se acababa aquí, Luisa?
No. Esto apenas estaba comenzando.
Mientras tanto, en las oficinas de la corporación Rivera.
—Señor Alejandro, ¿de verdad no piensa ir a verla? Lo de la familia Valdés ha sido un escándalo. No creo que la señorita Sofía pueda manejar todo esto sola —susurró el secretario Javier con cierta preocupación.
Todos sabían lo que había ocur