Al ver que Sofía recordaba tan bien las perlas del este, Luisa se dio un golpe en la frente y dijo:
—¡Ay, cómo se me olvida todo! Ni siquiera me acordaba de esas perlas. Parece que sí existían, solo que se me olvidó dónde las guardé. Sofía, no te preocupes, en un par de días te las llevo.
—Aquí están todas las joyas, menos esas perlas. Tía… ¿no será que las vendiste?
Luisa se puso nerviosa, su cara cambió.
Sofía sabía lo que pasaba: Luisa había perdido mucho dinero jugando mahjong, y en esa época estaba corta de efectivo; como no la dejaron salir, tuvo que empeñar las perlas que llevaba puestas ese día. Al final no ganó nada y nunca recuperó las perlas.
Temiendo que Sofía descubriera que las había empeñado por sus apuestas, Luisa respondió rápido:
—Ni creas, niña, cómo voy a vender tus perlas. Esas joyas te las dejó tu mamá.
—Menos mal.
Sofía echó un vistazo al cuarto de Luisa y comentó:
—La casa es pequeña, no debería costar mucho encontrar esas perlas. Si mañana, antes del cumpleaños