Las luces del salón relucían como estrellas encapsuladas en cristales. Todo destellaba lujo, poder y peligro. Alexandra, de pie entre los mármoles blancos y las columnas doradas de la Mansión Imperial, sostenía una copa de champán con delicadeza. Su figura envuelta en el vestido negro de seda que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel era la encarnación misma de la elegancia. Su espalda descubierta, sus hombros firmes y su andar seguro habían hecho que, desde su llegada junto a Antonov, las conversaciones se congelaran por unos segundos. Pero ahora todo encajaba acorde a lo que es ella.
Alexandra Morgan no necesitaba hablar para imponerse. Su nombre, su linaje, su sola presencia hacían que los murmullos se multiplicaran en cada rincón. Sus ojos marrones oscuros, con un leve toque de delineado, brillaban con inteligencia y misterio.
—Es tan hermosa y valiente no todos se animan a pisar el territorio del Temible Baranov y ella lo hizo.
Alexandra se movía entre los asistentes como si