Las risas elegantes y el tintinear de las copas llenaban el ambiente con un murmullo constante. Entre las luces doradas de la gala, Alexandra Morgan sostenía con gracia su copa de champán, rodeada de varios empresarios que se turnaban para acercarse a ella. Su vestido negro de seda, que delineaba su figura con exquisita elegancia. Sus ojos marrones, brillantes y serenos, escaneaban con sutileza el entorno, logrando que todos quisieran acercarse a la mujer. Era bella, sí. Pero también era peligrosa, incluso cuando sonreía.
Mikhail Baranov, con su copa intacta entre los dedos y el ceño apenas fruncido, observaba desde la distancia. Vestido con un traje oscuro impecable y con esa mirada glacial e impenetrable que lo había hecho temido incluso entre los suyos, no pronunciaba palabra. Pero todo en él era alerta. Todo en él era fuego contenido. La forma en que Alexandra se desenvolvía en aquel círculo de poderosos empresarios, sin ceder terreno, sin mostrar debilidad, lo tenía hipnotizado.