El reloj marcaba las 4:07 de la madrugada cuando el yate comenzó a acercarse lentamente a la costa de Barcelona. Las luces tenues del puerto aún parecían lejanas, envolviendo la escena en un silencio espeso, como si el mundo mismo contuviera la respiración ante lo que estaba por ocurrir.
El mar apenas susurraba bajo el casco de la embarcación. Mikhail Baranov se encontraba de pie, completamente vestido, con la mirada fija en el horizonte mientras su mente era un torbellino de pensamientos oscuros y decisiones frías. A sus espaldas, el camarote aún respiraba el calor de una noche cargada de deseo, una noche que lo había tenido todo… y que para él, ya no significaba nada.
Avanzó sin prisa por el pasillo del yate, el eco de sus zapatos era el único sonido que rompía la quietud. Empujó con suavidad la puerta del camarote y allí estaba Alexandra Morgan… dormida, ajena al mundo, con los labios aún hinchados por sus besos, y su cuerpo apenas cubierto por una sábana blanca que se deslizaba