CAPÍTULO 3

Aleksi se encontraba en una importante reunión con varios compradores que habían solicitado los automóviles más lujosos y potentes de su compañía. Mientras los observaba con aparente calma, afinaba su oído interior para captar los pensamientos que bullían en sus mentes; a menudo lo hacía para descubrir qué intenciones ocultas podían tener aquellos humanos. Sin embargo, entre los asistentes no todos eran simples mortales: algunos, como él, pertenecían a un mundo distinto. Al percatarse de ello, esbozó una sonrisa maliciosa.

Mientras escuchaba, un pensamiento en particular llamó su atención: provenía de un hombre que, aunque vestía como un guardaespaldas cualquiera, custodiaba al lobo llamado Manuel Ortega. En su mente, el hombre refunfuñaba que, aunque los autos ofrecidos eran de las mejores marcas, resultaban demasiado caros para que su jefe pudiera costearlos y era mejor conprar los de aquel Ceo que ofrecía las replicas de esa manera el ganaría mucho dinero. Aquello encendió el apetito oscuro de Aleksi, quien sintió el impulso de lanzarse sobre aquel humano y devorarlo allí mismo; sin embargo, sabía que ese no era el momento ni el lugar. Las verdaderas cacerías sucedían de noche. Aunque a él, no le agraba comer humanos, era asqueroso, solo bebía sangre de mujeres vírgenes como un maldito castigo. 

Cuando la reunión concluyó, los compradores se levantaron y se despidieron con saludos y apretones de manos. Uno de ellos, un caballero de porte elegante, se dirigió a Aleksi con cortesía:

—Muy bien, le agradezco, señor Volkat, y gracias por prepararnos los mejores autos. Me gustan las cosas de calidad, por lo que no me importa invertir en lo que sea necesario —declaró con voz firme.

Aleksi respondió con una sonrisa fingida y un leve asentimiento, aunque sus ojos se posaron con atención en el guardaespaldas que acompañaba a Manuel Ortega. El hombre intentaba parecer leal, pero los oídos poderoso de Aleksi había alcanzado a escuchar que incluso a él lo delataban como un magnate farsante.

—Debería considerar cambiar de personal, señor Ortega —comentó Aleksi en tono casual.

Manuel lo miró confundido, sin comprender del todo a qué se refería.

—¿Por qué lo dice, señor Volkat? —preguntó con cautela.

—Oh, solo es un comentario al aire, nada más —respondió Aleksi con indiferencia.

Manuel quedó pensativo mientras salía de la sala. A su lado, el supuesto hombre de confianza comentó en voz baja, con un tono cargado de arrogancia:

—Ese hombre se cree el rey del mundo, ¿no le parece, señor?

Manuel lo observó de reojo, molesto por su actitud.

—¿Por qué dices eso? —preguntó, con voz fría.

—Solo lo digo porque soy su hombre leal, y no me gustaría que usted pague tanto por esos autos. Tal vez haya otros mejores, de vendedores más confiables —respondió el hombre, intentando sonar servicial.

Las palabras hicieron que Manuel reflexionara unos instantes. Si Aleksi realmente podía leer la mente, como empezaba a sospechar por su extraño comportamiento, aquel consejo podría ser más peligroso de lo que aparentaba.

—Bien —dijo finalmente, con una sonrisa calculada—. Tomaré en cuenta tus palabras. Esta noche quiero verte en mi mansión, ¿te parece?

El guardaespaldas de total confianza asintió, satisfecho, creyendo que había logrado influir en su jefe para que invirtiera en los autos de baja calidad que él y su socio preparaban, más baratos pero disfrazados de lujo.

Lo que aquel hombre no imaginaba era lo que le esperaba entre las altas paredes de la mansión de los Ortega. Manuel, mientras se alejaba con una sonrisa cargada de malicia, pensó para sí: Cuando algo deja de ser útil, hay que deshacerse de ello. Pero antes, sería bueno que sus doberman se diviertan un poco.

                        ***

Aleksi llegó a su casa tras aquella exhaustiva reunión en la que había invertido una suma considerable en los motores más caros que existían en el país, con el propósito de ofrecer los mejores autos a aquellos hombres de negocios, incluidos lobos que, como él, se mezclaban en la sociedad humana aparentando normalidad.

Mientras comía en silencio, vio a su hermana acercarse con una sonrisa arrogante dibujada en los labios. Ella intentó besarle la mejilla, pero él levantó la mano para detenerla.

—No vengas con falsas muestras de cariño —dijo Aleksi con frialdad—. Ya sé muy bien cómo eres por estar con esas mujeres que frecuentas. ¿Qué es lo que quieres?

Su hermana soltó una pequeña risa, jugueteando con sus uñas largas y perfectamente pintadas. 

—Es que ya me aburrí.

—Sé muy bien que necesitas una hombre  —respondió él—. ¿Acaso ya te aburriste del último humano?

—Sí, ya me aburrí —confesó la loba con voz indiferente mientras admiraba sus uñas que exigían un nuevo manicure.

—No puedo seguir perdiendo el tiempo. Te he dicho que debemos tener cuidado. ¿Que hiciste con tu juguete?

—¿Cuidado en qué? —replicó ella con un tono cargado de fastidio, harta de las advertencias de su hermano. Sus instintos como loba la impulsaban a querer ser marcada, pero su lobo destinado aún no aparecía. Y Aleksi, como hermano sobreprotector, solía proporcionarle humanos para que los intimidara y ella los marcaba convirtiéndolos en híbridos, algo prohibido por las leyes de su especie. O los mataba cuando estaba aburrida de ellos.

—Creo que no estás bien de la cabeza —sentenció Aleksi con voz seca.

Ella hizo un puchero infantil y se acercó más a él. —Solo es uno... uno nada más. Y me gusta, ¿de acuerdo?

—¿Te gusta? —repitió Aleksi, arqueando una ceja—. ¿Dónde lo viste?

—En la universidad. Quiero traerlo a la mansión.

—¿Él sabe lo que eres?

—No, no sabe que soy una licántropa que vive con sed de sangre. Nadie lo sabe, si se dan cuenta crees que me verán con buenos ojos. Sabes muy bien que son pocos los que conocen de nuestras especies.

—No sigas —la interrumpió él con hastío—. Estás hambrienta. Lo primero que haces es pedirme que busque a alguien para que te caliente la cama.

—No hables de esa forma tan vulgar —protestó ella, molesta por el tono de su hermano.

—Está bien, Alexa —suspiró Aleksi, resignado—. Dime exactamente si eso es lo que quieres. Si es así, busca al tipo y tráelo. Pero recuerda que debes esperar a tu lobo destinado.

—Estoy cansada de esperar. Siento que nunca aparecerá.

—¿Estás segura?

—No... —admitió ella en voz baja, con un deje de tristeza.

—Entonces haz lo que tengas que hacer, pero ten mucho cuidado. Si descubren lo que estamos haciendo, me meterás en graves problemas.

Aleksi subió a su habitación después de la conversación, se cepilló los dientes y encendió su computadora. Faltaba poco para la llegada de la luna llena y  la luna roja, un evento que desataría un festín para los lobos destinados a aparearse y saciarse con la sangre de jóvenes vírgenes. Para él, diez serían suficientes.

Chasqueó la lengua con impaciencia y, tras un baño caliente, se recostó en su cama. Encendió la televisión; le gustaba distraerse viendo animes. Justo entonces, llamaron a su puerta. Soltó una maldición, recordando que había citado a la chica del servicio para pasar el rato.

Al abrir la puerta, la vio: era una joven de unos veinte años, vestida con un camisón translúcido que dejaba entrever sus pechos firmes, tal como a él le gustaba. Aleksi tocó la tela con deleite y la hizo pasar, cerrando la puerta tras ellos. La empujó sobre su inmensa cama.

—Abre las piernas —ordenó con voz grave mientras se desnudaba. Tomó un preservativo, se lo colocó y comenzó a juguetear con los pechos de la joven, arrancándole gemidos de placer. Acto seguido, la penetró con la brusquedad que tanto lo caracterizaba. A él no le importaba si a ella le gustaba o no; solo quería saciar su propio deseo. Algunas mujeres humanas disfrutaban de esa rudeza, y por eso no se contenía.

Cuando terminó, la apartó de un empujón. Ella, jadeante, lo miró con deseo.

—Podemos seguir si usted quiere —se atrevió a sugerir, con los ojos brillantes de ansia.

Aleksi la examinó y notó un moretón en su brazo.

—Vete ya —ordenó con voz fría.

—Pero…

—Es una orden —gritó él, con un tono que no admitía réplica.

—Lo siento —se disculpó la joven, saliendo de la habitación con un suspiro frustrado. A pesar del dolor, le fascinaba la brutalidad de su jefe y soñaba con enamorarlo.

Aleksi, por su parte, se dio otra ducha y se recostó nuevamente en la cama. Su mente no encontraba paz. ¿Cuándo aparecería una mujer, humana o loba, que realmente lo hiciera sentir satisfecho, que despertara en él un deseo tan profundo que lo consumiera por completo? Hasta ahora, ninguna lo había logrado.

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