Natasha observaba el letrero con entusiasmo; tal vez había llegado el momento de conseguir el dinero que tanto necesitaba para pagar los estudios de su hermano y ayudar a su madre. Hace unos dia paso por esa lujosa discoteca, por lo que decidió buscar sus papeles, ahora ya lista volvio a observar aquel letrero, se mordió los labios mientras evaluaba si realmente era buena idea trabajar en aquella discoteca. El puesto solo era de mesera, pero aún así tenía sus dudas. A su lado, dos chicas también miraban el cartel, que indicaba que se buscaban jovencitas entre 18 y 25 años con documentos en regla, exámenes de embarazo y otros estudios médicos que descartaran problemas de salud.
Con un bufido resignado, Natasha revisó sus documentos y sonrió ampliamente. Luego, junto a las demás que ya estaban en la fila, entró al enorme lugar. Eran las diez de la mañana, la hora indicada para las entrevistas. Al cruzar la puerta, sintió un escalofrío de nervios al contemplar el salón tan amplio y lujoso.
—Por favor, tomen asiento —anunció una mujer alta, de porte elegante, con cabello rubio perfectamente arreglado. A su lado estaba un hombre vestido con un traje opulento que irradiaba autoridad.
—Entreguen sus papeles. Espero que todas hayan cumplido con los requisitos, de lo contrario tendrán que retirarse —añadió el hombre, con voz firme.
—Claro que sí, yo he cumplido —respondió Natasha con seguridad, mientras entregaba sus documentos.
—Muy bien, las entrevistaremos una por una. Por favor, siéntense. En los asientos encontrarán comida y bebida; pueden aprovechar, es una cortesía de la casa.
Natasha se sorprendió al ver un platillo acompañado de una gaseosa en su asiento; nunca había visto que ofrecieran algo así en una entrevista de trabajo. Nerviosa, comenzó a morderse las uñas, temiendo no ser seleccionada. Realmente necesitaba el empleo para mantener a su familia.
Varias chicas entraron y, tras unos minutos, solo dos salieron. Natasha se preguntaba si ellas habrían sido contratadas. De pronto, escuchó su nombre y se levantó de inmediato, casi como un resorte. Fue conducida a una oficina decorada con lujos innecesarios, donde la esperaban el hombre y otra mujer.
—Hola, ¿tu nombre es Natasha Hamilton? —preguntó el hombre mientras se acomodaba los lentes.
—Sí, mi nombre es Natasha Hamilton —respondió ella, intentando sonar segura.
—¿Cuántos años tienes?
—Veinte.
—Eres muy joven… —comentó el hombre mientras revisaba sus documentos—. ¿Estás segura de que tus exámenes están en regla? ¿No tienes enfermedades? ¿No estás embarazada? Porque aquí no podemos permitir esas cosas.
—No, señor, no tengo ningún problema. Necesito el trabajo.
—Entonces, ¿por qué quieres trabajar aquí? —insistió él, con la mirada clavada en ella.
—Porque quiero mantener a mi familia —respondió Natasha, con un nudo en la garganta.
—Muy bien, seré sincero contigo: buscamos jovencitas que sepan atender al cliente con discreción. Hacemos un adelanto de pago, pero a cambio requerimos tu firma en este contrato.
—¿Un adelanto? —preguntó Natasha, sorprendida.
—Así es —asintió el hombre—. Este documento es confidencial. Con tu firma, te daremos mil dólares por adelantado a cambio de trabajar seis meses para nosotros. Es nuestra forma de ayudar a jóvenes como tú. ¿Entiendes?
Natasha dudó por un instante, pero la necesidad la impulsó a tomar el bolígrafo. Leyó el papel lo mejor que pudo y estampó su firma. La mujer que la acompañaba la observaba con atención.
—Muy bien —dijo el hombre al recibir el documento—. Ahora acompaña a la dama. Ella te revisará; es un procedimiento estándar. Luego recibirás tu adelanto y mañana deberás presentarte temprano. Recuerda: has firmado un contrato y debes cumplirlo.
Asintiendo con nerviosismo, Natasha tomó su bolso y siguió a la mujer hasta una habitación donde había una camilla en el centro. Su corazón latía con fuerza.
—¿Qué voy a hacer aquí? —preguntó, mirando la camilla.
—Quítate la ropa —ordenó la mujer con tono seco—. No te preocupes ni me hagas perder el tiempo.
—P-perdón… —balbuceó Natasha mientras comenzaba a desvestirse.
—Solo voy a revisarte —aclaró la mujer—. Aquí no podemos permitir que alguien entre con “problemitas”. Además, soy una profesional. No te haré daño.
—¿Está segura de que esto es normal? —preguntó Natasha, cada vez más asustada.
—Así se hace —respondió la mujer con frialdad—. Relájate.
Con manos temblorosas, Natasha se puso una bata y se recostó en la camilla. La mujer se acercó con instrumentos médicos y le indicó que respirara hondo.
—Es como un Papanicolaou, ¿te has hecho alguno? —preguntó la revisora.
—No… es mi primera vez —respondió Natasha con voz casi inaudible.
—¿Eso significa que eres virgen? —preguntó la mujer con un leve arqueo de ceja. Natasha asintió con timidez.
—Bien, usaremos un instrumento más pequeño —dijo la mujer mientras procedía con cuidado. Natasha cerró los ojos y sintió un pequeño pinchazo. La revisión terminó rápido y sin más molestias.
—Está bien, no traes nada raro —informó la mujer, mientras se quitaba los guantes—. No te preocupes. Vístete, y recuerda: mañana a primera hora debes estar aquí. No olvides que firmaste un contrato. Si fallas, iremos a buscarte. ¿Entendido?
—Sí, entendido —respondió Natasha con voz temblorosa.
Se vistió rápidamente, se lavó las manos y salió de la habitación. Al salir, el hombre la saludó con una sonrisa que le resultó inquietante. Ella pensó en lo peor por un instante, pero al mirar el cheque de mil dólares en sus manos, sintió un atisbo de alivio. Afuera, respiró profundo, dejó que el aire fresco calmara su mente y se sintió feliz al saber que podría llevar comida a casa y pagar parte de los estudios de su hermano.
***Cuando Natasha llegó a su casa, encontró a su madre en la acera conversando con un hombre. Al verla entrar cargada con varias bolsas, el rostro de la mujer se iluminó de alegría.
—¡Mamá, mamá! —gritó Natasha entusiasmada—. ¡Mira, traje un poco de comida!
Su madre, sorprendida y emocionada, se apresuró a despedir al hombre, cerró la puerta y entraron juntas a la pequeña casucha. De inmediato, comenzaron a colocar las cosas sobre la mesa. Sin embargo, la expresión de la madre cambió a preocupación, frunciendo el ceño con confusión.
—¿De dónde sacaste todo esto, hija? —preguntó en voz baja, intentando mantener la calma.
—Bueno, ¿recuerdas que te hablé del trabajo como mesera? Resulta que nos dieron un cheque de adelanto —respondió Natasha, tratando de sonar confiada.
—No lo puedo creer, hija… ¿estás segura? —insistió la madre, con un tono nervioso que dejaba entrever su inquietud.
—Sí, mira —dijo Natasha, sacando algunos billetes—. Ya lo cambié. Esto es para ti, para mi hermano y para que pagues la renta.
—Hija, ¿pero estás completamente segura? —repitió la madre, dubitativa—. Yo… yo no quiero que te pase nada.
—Sí, madre. Leí el contrato y no creo que esas personas sean de mala reputación. Todo está bien, tranquila.
—Dímelo con la verdad, Natasha —insistió su madre, con la voz temblorosa
—. ¿Madre no me conoces? ¿Cuándo me te he mentido?
—Discúlpame cariño. Es que nadie da dinero sin trabajo. Quizás son estafadores.
—Madre, créeme, no es una e****a —respondió Natasha con firmeza, abrazándola con cariño y besándola en la mejilla.
Aun así, en su interior, la mujer no podía evitar un mal presentimiento. ¿Quién pagaba antes de empezar a trabajar? Sin embargo, la alegría del momento fue más fuerte que sus dudas, y ambas decidieron dejar de pensar en ello.
Esa noche, Natasha guardó cuidadosamente parte del dinero en un cajón, soltó un profundo suspiro y se unió a su madre para cenar. Luego de lavar los trastos, se dio una ducha rápida. Mientras el agua recorría su cuerpo, sus pensamientos regresaron a la extraña revisión médica a la que la habían sometido en la discoteca; ¿sería para prevenir enfermedades, como le habían dicho, o había algo más detrás? Sacudió esas ideas de su mente, se colocó un camisón limpio y se acostó.
Antes de cerrar los ojos, le dio gracias a Dios. Sin embargo, apenas se quedó dormida, comenzó a soñar: se encontraba caminando sola en un bosque oscuro, donde reinaba un silencio inquietante interrumpido solo por aullidos lejanos y el canto de aves nocturnas. Un escalofrío recorrió su piel al sentir que alguien la seguía.
Al percibir una silueta moviéndose entre los árboles, Natasha echó a correr, con el corazón latiéndole desbocado.
—¿Quién eres? —preguntó con la voz quebrada por el miedo.
La sombra la perseguía en silencio, sin emitir palabra alguna.
—¡Por favor, déjame en paz! —gritó Natasha, temblando de terror.
De pronto, escuchó una voz grave y lejana:
—Eres tú… la única que podrá ayudarnos.
—¿Ayudarlos? ¿Ayudarlos en qué? ¡No entiendo! —exclamó Natasha, desesperada.
En ese instante, se despertó sobresaltada. El sudor le corría por la frente, su respiración era agitada y su corazón latía con fuerza. Se incorporó en la cama, confundida y asustada. ¿Por qué volvía a soñar lo mismo? ¿Quién era esa sombra que la perseguía en ese bosque lúgubre? No entendía nada, pero sabía que aquella pesadilla no era como las demás.