NATASHA LA DAMA DEL LOBO PELIGROSO
NATASHA LA DAMA DEL LOBO PELIGROSO
Por: S. Lorie
CAPÍTULO 1

—Necesito sangre virgen — murmura mientras vierte el liquido rojo de su vino en su copa, el contenido brillaba como rubí entre sus dedos mientras observaba, con una sonrisa de lado, la ciudad que se extendía más allá del ventanal de su oficina. Desde aquella torre de mármol y cristal, todo parecía insignificante: los autos, las luces, los humanos. Cada aroma, cada latido, cada pensamiento flotaba hasta él como un susurro. Llevaba cien años caminando entre los mortales y dominaba poderes que ningún otro lobo había logrado. El era uno especial, como lo había proclamado, su padre el gran Alfa que recidia aún en el mundo de los seres sobre naturales.

Lo que para cualquiera sería solo una noche más, para él era el preludio de un banquete. La luna llena se alzaría pronto, y con ella su hambre crecería. Recordó las palabras de la bruja que lo maldijo tiempo atrás:

“Tu fuerza se alimentará de la sangre pura de las doncellas; solo así vivirás eternamente.”

El suave golpeteo en la puerta lo devolvió al presente. Aleksi dejó la copa sobre su escritorio de ébano, su sonrisa apenas perceptible.

—Adelante —ordenó con un tono gélido.

La puerta se abrió y su secretaria asomó la cabeza con visible nerviosismo.

—Señor, el CEO Ricardo solicita verlo.

—Hazlo pasar —respondió, sin apartar la mirada del reflejo en su copa.

Ricardo entró inclinando la cabeza.

—Señor Aleksi, traigo noticias. Hemos reunido a varias jóvenes para la subasta. Todas vírgenes —informó con voz segura.

Aleksi entrecerró los ojos, relamiéndose mentalmente ante la mención.

—¿Estás seguro? —preguntó con arrogancia, dejando que cada sílaba goteara como veneno.

Ricardo tragó saliva y asintió con una sonrisa servil.

—Usted sabe que mi lealtad es absoluta. Las chicas son perfectas… tal como ordenó. 

—Espero que así sea. Hace meses cometiste el error de meter mujeres que ya no eran vírgenes, ella son inservible para calmar mi sed, quiza para una noche serian buenas. No obstante necesito mujeres que sean puras. Trata de no cometer eso de nuevo.

—No, señor. Esta vez le haremos un chequeo con una ginecóloga de confianza. 

Una carcajada fría escapó de los labios de Aleksi, rebotando como un eco en la oficina silenciosa.

—Eres el único que conoce lo que realmente somos. Los Lobos no perdonan… y tampoco olvidan. Así que haz lo que tengas que hacer.

Mientras Ricardo se retiraba con una reverencia, Aleksi bebió el último sorbo de vino. Su lengua recorrió el borde de la copa con deleite. Afuera, el sol se estaba apunto de ocultar para recibir la luna, ya anunciando la noche y en una semana la luna llena.

Antes de retirarse, la secretaria Martleth entró al despacho para dejar unos documentos con los cheques de varios compradores mayoristas procedentes de otros países, quienes habían solicitado los mejores automóviles de Rolls-Royce Motors.

—Presidente, estos son los cheques de los compradores —dijo la joven, mirando a su jefe.

Aleksi se acercó, tomó el fajo de documentos, los abrió y al revisar las cifras, alzó una ceja con evidente satisfacción.

—Bien, retírate. Los firmaré antes de irme —afirmó con un tono seco.

—¿Necesita algo más? —preguntó ella, esperando prolongar su estancia.

Aleksi la observó un momento y, dejándose llevar por un impulso, la atrajo hacia él y la sentó sobre el escritorio. Sin mediar más palabras, le bajó la ropa interior y jugueteó brevemente antes de sacar un preservativo especial de su gaveta. Acto seguido, la penetró con brusquedad. Martleth sonrió, complacida; eso era lo que deseaba, ansiaba a ese hombre con urgencia. Sin embargo, para él no había ternura: ni un beso, ni caricias, solo el acto.

Cuando él termino de saciarse, ella bajó del escritorio e intentó acercarse, pero un gesto de Aleksi le indicó que debía marcharse de inmediato. Obedeció y salió del despacho.

Aleksi entró al baño de su oficina, se quitó el preservativo y lo arrojó al cesto de basura. Luego se lavó cuidadosamente las manos con jabón antibacteriano antes de volver a sentarse para comenzar a firmar los documentos no sin antes susurrar con hastío.

—Ni siquiera se fue placentero.

                   

                        ***

Por la noche, Aleksi llegó a su inigualable casa: una gran residencia de estilo inglés, tal como a él le gustaba. Para alguien de su riqueza, la mansión resultaba incluso modesta; jamás le interesó vivir en un palacio. Sin embargo, contaba con varios empleados, algunos de ellos lobos como él, y otros simples humanos que ya estaban acostumbrados a la convivencia.

Lo único que Aleksi deseaba en la vida era la sangre de las vírgenes; nada más lo saciaba ni le importaba, aunque se alimentaba como cualquier humano entre tanto. Cada seis meses, cuando su cuerpo se debilitaba, debía beber sangre virginal para recuperar sus fuerzas, pero siempre se aseguraba de no matar a sus presas. Aunque unas que otras eran deliciosa para un momento de placer luego hacia que se olvidaran de lo ocurrido y las dejaba libre, eso creía él, ya que no sabía con exactitud, qué es lo que hacía Ricardo con las damiselas. Ni siquiera le interesaba saberlo.

Al bajar de su coche, el mayordomo acudió enseguida, le ayudó a quitarse su pesado abrigo de piel y le colocó sus cómodas pantuflas. Luego, tras retirarle las zapatillas, Aleksi entró en la casa e hizo un gesto con un solo dedo: eso bastaba para que todos supieran que tenía hambre. Una criada corrió de inmediato a la cocina para avisar a la cocinera que preparara la cena del señor: un exquisito cerdo al vino, acompañado de papas rellenas junto a su copa de vino rojo qué era de las mas caras del país.

Los demás empleados permanecieron en el recibidor, cabizbajos, esperando que él subiera a su habitación. Aleksi los miró en silencio, uno por uno, antes de dirigirse al piso superior. Al llegar, se despojó de su ropa, entró a su vestidor, tomó una toalla y se detuvo frente al gran espejo. Observó su cuerpo marcado con un símbolo único: un lobo entrelazado con una inicial. Nadie más poseía esa marca, y sabía que, el día que encontrara a su luna —si es que realmente existía—, la marcaría del mismo modo, grabando el tatuaje en la piel de su destinada.

Sin embargo, llevaba cien años solo, y cada vez dudaba más de que su luna apareciera. Por ahora, encontraba placer ocasional en alguna criada, y en Mirza, la loba qué lo siguió cuando el decidió quedarse en el mundo de los mortales, sin embargo ninguna lograba apagar por completo su deseo, ni calmar el apetito animal que lo consumía.

Entró en su jacuzzi mientras sostenía una copa de vino tinto, el color que más le gustaba, y murmuró con una risa cargada de malicia:

—Solo espero que Ricardo cumpla, si tanto desea tener más lotes de oro…

Luego continuó bebiendo, impaciente por que la semana terminara y llegara el momento de saciar su sed. 

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