Una vez que Marcus desaparece de mi vista, me encamino rápidamente hacia la dirección, decidido a abordar con prontitud el tema que lo preocupa. Solicito una reunión con la maestra y mientras espero, me asaltan una serie de pensamientos. Me pregunto desde cuándo está sufriendo bullying y me duele no haberlo sabido antes. Reconozco que Ambra no es la madre más dedicada ni atenta, pero de ahí a permitir que maltraten a su hijo, hay un abismo que no logro entender.
«¿En qué clase de mujer se ha convertido?»
—¿El padre de Marcus De Luca? —escucho frente a mí, indicándome que es el momento de entender la situación con claridad.
—Así es... —respondo a la asistente. Me levanto de mi asiento y la sigo hasta su oficina. Dentro, solo veo el escritorio y yo.
—La maestra vendrá en un momento —dice antes de retirarse.
Con las manos en los bolsillos y la mirada perdida, espero hasta que una mujer de unos treinta años aparece.
Después de intercambiar saludos formales, rodea el escritorio y hace un gesto invitándome a sentarme.
Cumpliendo con su indicación, la observo mientras se sienta frente a mí y me estudia antes de comenzar a hablar después de unos segundos.
—Señor De Luca —comienza, captando mi atención—. Gracias por venir. Lo hemos convocado porque ha habido algunos problemas con Marcus. Algunos compañeros lo han estado acosando, llegando incluso a la agresión física —confiesa, haciendo que mi rostro palidezca.
Arrugo el ceño y sostengo su mirada, luchando por aceptar la realidad de lo que estoy escuchando: mi hijo sufre en casa con el desprecio de su madre y también aquí, a causa de unos niños malcriados.
—¡Resulta inaceptable que no me hayan comunicado esta situación tan grave! —exclamo, elevando el tono de voz.
—Señor De Luca, le ruego que mantenga la calma —responde, intentando mitigar la gravedad de la situación.
—¿Cómo espera que me tranquilice? Es mi hijo quien está sufriendo este calvario y ustedes no nos han dado aviso al respecto —replico con un toque de sarcasmo.
—Lamento decir que está equivocado —comenta con un matiz de incertidumbre—. Esta situación fue comunicada hace tiempo y hemos recibido respuestas esquivas. La última vez, la madre del niño nos informó que considera que fue un accidente aislado, que el niño debe madurar por sí mismo, y que ustedes no están criando a un...
—¿Un qué? —pregunto al ver que de repente se queda en silencio. Aunque sé que probablemente no me gustará la respuesta, la animo a seguir adelante.
—Un perdedor —responde ella con seriedad—. Y al parecer, usted no estaba al tanto de la situación.
—Lo siento... —digo, sintiendo vergüenza en mi rostro—. Creo que ha habido un malentendido.
—Quiero destacar que su hijo es un niño muy inteligente y admirable. A pesar de los desafíos que ha enfrentado, siempre muestra una sonrisa y demuestra un espíritu compasivo hacia los demás. Sin embargo, recientemente ha experimentado una disminución en sus calificaciones. Me ha expresado que siente temor de venir a clases, aunque intenta aparentar fortaleza.
—En cuanto a los agresores, ¿hay alguna novedad o desarrollo reciente respecto a su situación?
—Han sido sancionados, pero continúan en la misma clase con Marcus sin mostrar signos de comprensión.
—¿Qué me sugiere hacer?
—Personalmente, considero que sería beneficioso para Marcus cambiar de escuela, empezar de nuevo con nuevos compañeros que no estén al tanto de su situación. Quizás sería adecuado buscar un entorno escolar más pequeño y personalizado.
—Es irónico cómo la vida juega sus cartas. Marcus, un excelente estudiante con calificaciones sobresalientes, disciplinado, responsable y amable... —suspiro—, se ve obligado a cambiar de colegio, mientras sus agresores parecen salir airosos. Lo peor es que hoy es Marcus, pero mañana podría ser otro.
—Lo lamento, señor De Luca —dice, bajando la cabeza.
—Me llevaré a mi hijo —respondo, decidido
A las nueve de la mañana, Marcus está frente a mí con su mochila, mirándome confundido. Tomo su mano y empezamos a caminar hacia el auto estacionado frente a este prestigioso colegio, uno de los mejores de la ciudad. Aunque luché para que fuera admitido aquí, no siento tristeza al dejarlo; al contrario, experimento un alivio, un peso menos sobre mis hombros. Acomodo a Marcus en el auto y antes de partir, llamo a mi secretaria para reorganizar mis citas de pacientes, ya que tengo mucho por hacer en casa.
El reloj marca las nueve y cuarenta y cinco, y ya estamos entrando por la puerta principal de nuestro hogar. Roberta, nuestra asistente de varios años, saluda con afecto a Marcus, lo cual me reconforta profundamente. Ambra sigue en su habitación; parece que aún está dormida. Le pido a Roberta que acompañe a Marcus al supermercado, y ella me mira comprensivamente, entendiendo lo que sucederá después de que se vayan.
Subo los escalones de dos en dos, sintiendo la urgencia de resolver algo importante hoy. Al llegar a nuestra habitación, la que comparto con mi esposa, abro la puerta con brusquedad, provocando que Ambra se sobresalte. No comprende por qué su esposo, generalmente calmado, muestra esta inusual furia.
—¿¡Qué te sucede!? —pregunta enojada—. Me has asustado —logra decir antes de que me acerque y la tome por un brazo, sacándola de su tranquilidad.
—¿¡Por qué diablos no me habías contado lo que sucede con nuestro hijo en el colegio!? —grito con una ira que desconocía en mí.
—No sé de qué estás hablando —responde, intentando aparentar desentendimiento.
—¿No lo sabes? —pregunto, agarrando su mandíbula con toda la rabia y dolor acumulado, forzándola a mirarme a los ojos.
—¡Suéltame! Me estás haciendo daño —logra decir.
—¡Y tú me lastimas comportándote así con nuestro hijo! —exclamo, dolido, soltando su rostro, consciente de que no soy un monstruo.
—No entiendo de qué hablas.
—Del bullying que le hacen en el colegio.
—Ah. Es eso. Creí que era lo mejor, debe hacerse hombre.
—¿Hacerse hombre? ¡Tiene seis años!
—Amor...
—Lo siento, pero —digo, antes de que me envuelva con sus palabras bonitas—, si no cambias con Marcus...
Rápidamente, antes de que termine de hablar, Ambra se arrodilla frente a mí, suplicando por una oportunidad. Esta situación me enfurece aún más de lo habitual, ya que anhelo que cambie por ella, por Marcus y, al final, por mí.
—¡No quiero escuchar más! —exclama entre lágrimas—. No puedo vivir sin ti, mi amor.
—Este es un ultimátum, ya lo sabes... Si no veo un cambio de actitud hacia nuestro hijo, me veré obligado a dejarte. Me iré de la casa para siempre y no habrá marcha atrás. Perderás a tu hijo y a tu esposo —concluyo firmemente.
Dejo a Ambra llorando en el suelo de nuestra habitación y salgo rápidamente antes de que intente manipularme, como suele hacer.