Capítulo 39. Parte 4
Diego:
Dentro del quirófano no logro bromear como acostumbramos y solo me concentro en la mujer anestesiada, tendida bajo la luz blanca que todo lo revela. La piel pálida, el pecho que sube y baja lentamente, la vida confiada a nuestras manos. Pero yo, que tantas veces he sentido orgullo por devolverle el aliento a un cuerpo, hoy apenas puedo sostener la mirada. Siento un peso en el pecho, una presión que no viene de la responsabilidad médica, sino del asco y la desilusión.
El que era mi amigo hasta hace un par de minutos atrás me observa con desconcierto, intentando descifrar el motivo de mi semblante rígido. Yo evito cruzar su mirada; sé que si lo hago, perderé el control. Prefiero enfocarme en el pulso de la paciente, en las órdenes automáticas que doy, como si fuera un reflejo aprendido, un escape a lo que arde dentro de mí.
La operación concluye sin contratiempos. Bernardo se quita los guantes con una sonrisa satisfecha, convencido de que ha hecho un gran trabajo. Pero esa sonris