Diego:
Aunque distraído con mis pensamientos, escucho cómo Roberta intenta abrir la puerta, por lo que no dudo en acercarme a ayudarla con las bolsas del supermercado.
—¿Dónde está Marcus? —pregunto.
—Está en el patio, disfrutando de un helado.
—El día está agradable... —comento.
—Por cierto, ¿podemos hablar?
—Qué coincidencia, también quiero hablar contigo —confieso.
—¿Será algo negativo? —pregunta.
—No lo creo... ¿Qué deseas hablar conmigo?
—Aquí estoy muy bien, pero necesito ahorrar para ayudar a mi hermana que está enferma —le escucho decir y el mundo se me viene abajo creyendo que se quiere ir a un mejor empleo, aunque le pago muy bien—, y necesito un trabajo extra.
—Entonces no te quieres ir...
—¡No, por Dios!
—Por fin sale algo bien —digo—. Necesito a alguien de confianza para que cuide de Marcus.
—Oh, sería fabuloso. Yo le tengo mucho cariño a Marcus...
«Ojalá su mamá pensara igual».
—Gracias por querer a mi hijo —digo caminando hacia la puerta, para que no se percate de que estoy a punto de llorar—. Por cierto, lleva a tu hermana al hospital, ahí le daremos medicamentos y el tratamiento que requiera.
Me despido de Marcus y me voy a trabajar, pensando en el conflicto que me aqueja. Me duele haber fracasado en mi matrimonio y querer escapar, pero deseo que mi familia se mantenga unida. Veo a mi hijo y me pregunto si debo seguir luchando por este matrimonio o hacer que él olvide a su madre. Aunque no estoy seguro, sigo albergando la esperanza de que las cosas mejoren.
Antes de retomar mis labores, decido ir a la consulta de Bernardo, mi mejor amigo, que a estas alturas es un consejero. Aunque, cabe señalar que jamás hago caso a sus consejos; al contrario, vivo soñando con que mi familia será lo que tanto he anhelado, y sigo sumido en este matrimonio que cada vez está peor.
—Hola —saludo metiendo la cabeza hacia el interior de la consulta, aunque sé que no está con pacientes.
—¡Pasa, hombre! —ordena Bernardo.
Sonrío con pereza, sabiendo que es mi momento de desahogo, por lo que me siento frente a su escritorio para poder empezar a conversar lo que me aqueja, como si se tratara de un psicólogo.
—¿Qué sucede ahora con Ambra?
—Lo de siempre —digo, tomando una gran bocanada de aire—, aunque creo que ahora es peor.
—¿Peor? —pregunta acomodándose en el sillón.
—Diría que es grave —respondo, tomando por fin el peso a la situación.
—No me asustes.
—Marcus tiene problemas de bullying en el colegio, y ella no hizo nada al respecto. ¿Lo puedes creer?
—Sí que es grave. Ella no debe pasar por alto este tipo de situaciones —comenta, tomando una pausa para luego proseguir—. Sigo opinando que debes separarte y llevarte a Marcus lejos.
—Le di un ultimátum... —interrumpo, antes de que siga restregando en mi rostro mi verdad.
—Espero que ahora lo tome en serio, y tú también.
—Con mucho pesar he tomado una decisión —confieso—. Esta será la última oportunidad que le doy al matrimonio, solo espero no equivocarme, y que valga la pena todo.
—Espero lo mismo, amigo.
—Por cierto, necesito que veas a alguna de mis pacientes. Tendré que ausentarme para buscar un colegio nuevo para Marcus.
—La novia de mi primo es dueña de un colegio, es pequeño, de seguro servirá, ya que tiene pocos alumnos por salón.
—Es precisamente lo que necesito —comento.
—Lo llamaré ahora mismo.
Bernardo marca a su primo y este responde de inmediato; me quedo con los dedos cruzados, esperando tener buenas noticias y que logre conseguir un colegio adecuado para mi hijo. Después de un intercambio de palabras, mi amigo toma un bolígrafo y anota una dirección, mientras me hace un gesto con el rostro. Doy un suspiro y recibo el papel que me extiende, le agradezco con la mirada y salgo de su consulta para ir hacia la mía.
Logro obtener una entrevista con la directora, y no dudo en llamar a Ambra para que se prepare mentalmente, y no ponga excusa el día en que tengamos la cita; ella ya sabe que debe empezar a actuar como una madre responsable, o nuestro matrimonio, que cada día está peor, se acabará sin retorno.
Llega el día de la entrevista, y como tengo pacientes, y no estoy seguro si alcanzaré a estar presente, le doy instrucciones a Ambra para que vaya con Marcus al colegio. El día de hoy es una prueba que debe pasar, y así asegurarme de que estamos en sintonía, y de paso, analizar el futuro de nuestra relación. Ella debe hacerse cargo de nuestro hijo, como siempre debió ser, entender que Marcus es su prioridad.
Faltando diez minutos para las dos, termino por fin con mi última paciente; las otras están citadas desde las cuatro en adelante, por lo que agradezco que la consulta esté cerca del colegio.
Salgo a toda prisa, me despido de mi secretaria y corro al estacionamiento para ir por mi auto.
Al llegar, veo el vehículo de Ambra estacionado en la vereda, sonrío satisfecho y entro al colegio.
Es una fachada blanca, con un gran letrero que dice "Abraza el Futuro".
¿Quién le pondría un nombre así a un colegio?
Entro a la oficina principal, donde una chica de ojos grandes y mejillas rojas me sonríe con cordialidad.
—Buenas tardes —saludo—. Con mi esposa tenemos una entrevista con la directora —digo, rogando haber llegado a tiempo.
—¿Usted es el padre de Marcus De Luca? —pregunta.
—Así es —respondo, haciendo un gesto de disculpa por el atraso.
—Pase, por favor, la entrevista comenzó hace diez minutos.
Abro la puerta y lo primero que veo es a Ambra sentada con la espalda recta mirando hacia el frente, donde hay una joven mujer sentada tras un escritorio.
Marcus, al verme, corre hacia mis brazos; su rostro asustado se alivia mientras le regalo una sonrisa, demostrándole que no debe temer.
—Disculpa por llegar atrasado, corrí para poder estar contigo —susurro en su oído, para luego besar su cabeza.
—Gracias por llegar, papá —dice mirando hacia su madre, quien con una sola mueca hace que él se suelte de mis brazos, para ir con la cabeza gacha hacia su asiento. Tomo aire desesperado, Ambra sigue intimidando a nuestro hijo, y no lo tolero.
—Buenas tardes, soy el papá de Marcus, disculpe la tardanza —me excuso.
—No se preocupe, señor De Luca, hemos comenzado hace poco. Solo estábamos en las presentaciones; además, la psicóloga del colegio lo evaluará.
—Entiendo —digo—. ¿Dependiendo de la entrevista sabremos si mi hijo queda en este establecimiento?
—Tenemos cupos, de eso no hay problema, solo me gustaría que la psicóloga lo viera —dice, para posar su mirada en Ambra y luego en Marcus.
—Claro... —logro decir al darme cuenta de que la directora percibe la hostilidad que desprende mi esposa, y el temor de Marcus hacia su madre, lo que me hace palidecer.
—Dígame, señor De Luca. ¿A qué se debe el cambio de establecimiento a esta altura del año?
—Lamento decir que Marcus sufría de bullying, y la profesora nos recomendó cambiarlo a un colegio más pequeño, donde la clase sea con menos niños.
—Comprendo... —dice, deteniéndose de golpe mientras miro a Ambra. Ofreciendo una solución, continúa:— Hay una clase con catorce alumnos, generalmente hay entre diecisiete y dieciocho. Su maestra es excelente, y estoy segura de que recibirán bien a Marcus. Si no hay problema, puede empezar el lunes, ya que mañana es viernes. Ahora, si me permiten, iré con Marcus a ver a la psicóloga. La entrevista no será larga.
La directora desaparece con Marcus de la oficina, mientras que con Ambra nos quedamos a solas, esperando a que la entrevista con la psicóloga termine.
Me quedo mirando hacia el frente, y aprovecho de leer algunos diplomas de honor que están pegados en la pared, todo con tal de no mirar, ni mucho menos hablar con Ambra, pues la conozco, y su rostro de pocos amigos me dice que está molesta, por lo que no le daría vergüenza hacer un escándalo aquí.
—¿Por qué has llegado tarde? —pregunta con reproche.
—¡Fueron diez minutos! —exclamo, a sabiendas de que ella no hace diferencia entre minutos y horas al momento de sus reproches sin sentido—. Sabes bien que estaba en el hospital trabajando —susurro molesto, pues deseo que mis problemas se queden en casa.
—¿Crees que soy estúpida? —pregunta con sarcasmo—. Sé que te demoras porque el trabajo es tu diversión... ¡Ver vaginas! —exclama, lo que me hace reír con pereza, e intento mantener la calma ante tanta estupidez que sale de su boca—. ¿No dirás nada? Claro, pues tengo razón.
—No es el momento, ni el lugar —digo entre dientes—. Vinimos a una entrevista para que nuestro hijo pueda estar mejor, y si no te parece, puedes irte —concluyo, mientras me doy cuenta cómo su cabeza enferma da miles de vueltas, y la miro deseoso de saber qué es lo que tiene ahí dentro, saber por qué la llegada de nuestro hijo la hizo cambiar tanto. Marcus es un buen chico, no molesta en absoluto, y se suponía que él llegaba para hacernos más felices.
—Tienes razón, lo lamento, vinimos por nuestro hijo, no debí decir eso de tu trabajo —se disculpa, sorprendiéndome de grata manera.
Abro la boca ligeramente, y me volteo a mirar su hermoso rostro, y esos enormes ojos celestes que me encandilaron desde el primer día en que la vi, y ruego al cielo que mi matrimonio no esté perdido, que podamos ser felices junto a nuestro hijo.
«¿Podrá suceder algún día?».
La directora confirma que Marcus entrará al colegio el lunes, lo que me hace sentir optimista. Mientras termino mi jornada y Ambra regresa a casa con Marcus, pienso en cómo salvar mi matrimonio. Decido que la mejor manera de que Ambra entienda que un hijo no es un impedimento para la felicidad es retomar las actividades de pareja. Por eso, decido pedirle a Roberta que cuide a Marcus para poder salir a cenar con Ambra y terminar la noche en un hotel.