Secretos al filo (1era. Parte)
El mismo día
Málaga
Iván
Si tu enemigo toca tu puerta, jamás viene con las manos vacías. Puede que sonría, que finja buena voluntad, pero esa máscara es solo una excusa para acercarse lo suficiente a clavar el golpe. Una tregua rara vez existe, y si se da, no dura. Lo común es lo contrario: un movimiento calculado para medir tu terreno, probar tus debilidades y dejarte claro que la partida apenas empieza.
Es un juego de desgaste, como en el ajedrez. No ataca de frente porque hacerlo sería exponerse; prefiere provocarte, hacerte creer que tienes el control para que seas tú quien cometa el error. Entonces, cuando te sientas confiado, moverá la pieza correcta y te arrastrará a su trampa.
Lo más peligroso de ese tipo de enemigo es su hipocresía. No necesita ensuciarse las manos con sangre; puede hundirte con una sonrisa y un gesto cordial, aparentando que nada pasa. Su poder está en hacerte dudar, en confundirte, en desgastarte hasta que dejes de ser una amenaza.
Por eso, yo no confío en