Sofía avanzaba entre la multitud con pasos inseguros, como si el suelo temblara bajo sus pies. La música retumbaba como un latido colosal en sus oídos, pero no era alegre ni liberador; era un sonido espeso, casi enfermizo, que parecía filtrarse bajo su piel. La mansión, aunque brillante y decorada como un palacio moderno, le daba escalofríos. Las paredes parecían respirar. Las luces de neón giraban sin control, lanzando destellos que más que iluminar, confundían.
Había perdido a Max, Luna y Mateo hacía más de veinte minutos. O tal vez una hora. O más. En ese lugar, el tiempo se estiraba y se encogía como un acordeón fuera de tono.
Sofía sintió cómo su corazón se aceleraba. Apretó los puños, intentando calmar el temblor en sus manos. Algo no estaba bien. El aire olía raro, como a perfume mezclado con electricidad quemada. Cada vez que miraba a su alrededor, encontraba rostros demasiado maquillados, sonrisas congeladas, cuerpos bailando con movimientos que parecían ajenos al placer, com